Después de terminar su frase, Mariana levantó su hermoso rostro y volvió a mirarlo.
Walter, por su parte, frunció el ceño y apretó el cigarro en su mano.
La verdad era que a Mariana le resultaba insoportable el penetrante olor del tabaco, como un grillete que la mantenía atada y del que no podía liberarse.
Por supuesto, no se refería sólo a eso, sino también a ella misma.
Sonrió suavemente como una brisa de primavera, y dijo en voz baja: —Lo siento, Walter.
No fue hasta que soltó esas palabras que sintió que se había quitado todos los pesos de encima y que finalmente estaba libre.
Walter bajó la mirada, como si se estuviera aclarando la mente. Finalmente, apagó el cigarro de un soplido, respiró hondo y dijo: —Lo que dije en la sala, lo repito.
Levantó la cabeza, con sus ojos llenos de una paciencia y sinceridad sin precedentes, y pronunció cada palabra: —Está bien lo que quieras hacer.
Mariana asintió vigorosamente mientras su sonrisa se volvía más radiante. —Entonces vamos a divorciar