Un Ferrari negro y discreto se detuvo en el estacionamiento.
Mariana tomó la gorra que estaba a su lado y se puso unas gafas de sol negras. Las gafas cubrían la mitad de su rostro, y el abrigo de algodón negro envolvía perfectamente su figura. Con este atuendo, nadie debería poder reconocerla.
Justo al bajar del coche, vio a Yahir agitando la mano a lo lejos y gritando: —¡Jefa! ¡Por fin llegaste!
Mariana se quedó sin palabras. Por supuesto, Yahir era una excepción. No importaba cuánto se disfrazara o qué coche usara, él siempre era el primero en reconocerla. No sabía qué pasaba con Yahir; parecía que tenía un GPS instalado en ella.
Junto a Yahir estaba César.
—¿Qué hace César aquí hoy?
César asintió, con un tono tranquilo y despreocupado: —No tengo clases. Yahir dijo que vendrías a correr esta noche, así que decidí venir.
Mariana sonrió y le dio una palmadita en el brazo a César. Los tres entraron al recinto, y esa noche había mucha más gente que la vez que Mariana vino anteriormente;