Era esa Mariana que siempre le había amado, sin quejarse ni una sola vez.
Walter no pudo evitar una amarga sonrisa.
Él había maldecido a tanta gente por ser estúpida, incluso a la propia Mariana, sin darse cuenta de que el más estúpido de todos era él mismo.
¡Él era el imbécil más idiota!
Y las mentiras de Jimena, disfrazadas de amor, casi lo habían arruinado.
—¡Ja, ja, ja! —Walter estalló en carcajadas.
Cuando volvió a mirar a Jimena, sus ojos ardían con un fulgor malévolo. —¡Jimena!
Ella negó con la cabeza, y al instante sintió las manos de Walter apretando su cuello.
—¡Morirás mil veces y no será suficiente! —gruñó con una voz infernal.
Después la arrojó con violencia.
Jimena cayó al suelo, entre los cristales rotos.
Y esta vez, nadie lamentaría su suerte.
Ni siquiera la preocupación fingida de Walter.
Walter miró la espalda de Jimena y recordó aquella terrible cicatriz.
Había preguntado a Mariana innumerables veces cómo se la había hecho, y ella sólo le había dicho, con indiferenci