Perspectiva de Arturo
Para cuando llegué al aeropuerto, empapado en sudor, la noticia me golpeó como un puñetazo en las costillas: el vuelo a Las Vegas había despegado temprano.
Las había perdido.
Maldita sea.
Me quedé en medio de la terminal, escudriñando la multitud, esperando, no, suplicando por un milagro. Alguna señal de ella, un vestido familiar o la risa de una niña.
Pero la terminal estaba vacía.
Sabrina se había ido, de regreso a Las Vegas, de vuelta al mundo del que venía, a su hogar.
¿Cómo pudo hacerlo?
Mi tristeza se tornó rápidamente en algo más ardiente, más agudo. La rabia me consumía, de forma salvaje e irracional.
¿Cómo pudo simplemente dejarme? ¿No me había prometido quedarse a mi lado para siempre?
Luego llegó la negación; eso no era real. Sabrina no me había dejado, solo estaba yendo a casa a pasar las fiestas, solo necesitaba espacio, eso era todo.
Excepto que… en todos los años que estuvimos juntos, nunca me dejó solo y menos sin decir una palabra.
¿Y en ese momen