SALVATORE
Colina aparece para el desayuno con un gran bostezo. La camisa que lleva puesta es transparente, y no tiene bragas ni sostén. Casi se me cae la taza, estoy mirando tan fijamente. Se sonríe con malicia cuando me pilla y me guiña el ojo antes de dejarse caer en su asiento y poner las piernas en mi regazo. Rodando los ojos, le tomo los dedos de los pies mientras vuelvo a leer las actualizaciones en mi teléfono.
Durmió por casi un día después de nuestro reencuentro, como lo llama Dimitri. Su cuerpo todavía está adolorido, así que no la presiono, aunque quiero doblarla sobre la mesa y follármela. La pusimos por el infierno esa noche, su sangre cubriendo la sala de estar, pagó su penitencia con orgasmos por tratar de dejarnos. Y amó cada maldito minuto, aunque cuando finalmente terminamos con ella y la sostuvimos mientras se quedaba dormida, dijo que nos odiaba. Es una maldita mentirosa.
“Dimitri, ¿te importa explicar por qué ahora tenemos otro yate?” pregunto, levantando la vista