Dos hombres irrumpieron en la habitación y ahora registraban el polvoriento cuarto. Cada uno llevaba un bate de béisbol en las manos.
Sin armas de fuego. Esas eran buenas noticias.
Parecía que no tenían mucha gente. Por eso les había tomado tiempo llegar hasta esta habitación. Pero aun así, todos eran hombres armados, mientras que Scarlett y Sebastián no tenían nada para defenderse adecuadamente. Era solo cuestión de tiempo antes de que los acorralaran en ese pequeño armario, y si eso sucedía, serían como corderos llevados al matadero.
—¿Qué hacemos ahora? —siseó Scarlett. Su susurro era tan bajo que apenas llegaba a Sebastián, pero aun así sentía como si su voz retumbara como un trueno—. ¿Corremos?
—No es seguro —murmuró Sebastián, vigilando a través de la rendija entre las puertas torcidas—. Ninguno de ellos es del coche que estaba detrás de ti. Eso significa que tienen al menos cinco personas, tres están esperando afuera.
Scarlett apretó su vestido para calmarse, pero eso no detuvo