Cap 77. Lastre o bendición
En el jardín más florido del castillo, donde las glicinas se enredan como sueños morados y los lirios susurran con el viento, Eleonora se sienta en su banco favorito de mármol blanco. Desde ahí solía observar a Amaris, pincel en mano, perdida entre colores y paisajes, dando vida al mundo como si cada trazo fuera una forma de hablar.
Es un rincón tranquilo, lleno de recuerdos. Cada pétalo que se mece en el aire le recuerda a su hija. Cada sombra, cada aroma. Amaris pasaba horas allí, pintando en silencio, mientras Eleonora la acompañaba leyendo, cosiendo o simplemente mirándola. Solían conversar de todo: del reino, del arte, del amor, de los sueños.
Fue precisamente en ese jardín donde Amaris, con apenas trece años, le confesó su deseo de dejar el castillo, de conocer el mundo como una persona común, de vivir sin títulos. Eleonora recuerda ese momento con una claridad dolorosa. Su hija no hablaba con rebeldía, sino con un anhelo sincero, uno que ella misma había sentido años atrás, cua