Capítulo 6.
Pecado. Los hombres pasan corriendo rápidamente, mientras que Ahmed la sonríe entre sus brazos; cargándola, la lleva hacia un pasaje secreto, metiéndola a escondidas por un laberinto que lo lleva a su habitación. Él la deposita en la cama, buscando para ella un algodón con alcohol, e intenta reanimarla, notando que ella se mueve débil, tomando su mano que él posa en su mejilla. Cuando Amira abre los ojos y lo ve, piensa por unos segundos que es un sueño, hasta que cae en cuenta de que realmente es él y se sienta de golpe, acomodándose en un rincón de la cama, mirándolo asustada. —No tengas miedo, toma agua. —Le sirve un vaso con agua y se lo acerca. Amira, quien está sedienta, lo recibe; aun siendo notable el vaivén en su pecho, está agitada y no hace más que seguirlo con la mirada. —¿Qué haces sola a esta hora de la noche sin acompañante en las calles del emirato? —Amira, quien trata de controlar su respiración, no tiene respuesta a esa pregunta. —Lo lamento, yo… Debo irme. —Le dice ella tratando de alejarse. —Yo no saldría por esa puerta… —afirma deteniéndola—. Hay más de 100 invitados allá afuera; si no quieres ser castigada, lo mejor es que te sientes… —Le habla mientras se sirve un trago. —Amira se voltea lentamente y lo sigue con la mirada en silencio, mientras él se acerca a ella. —Te hice una pregunta, estás muy lejos de tu casa, siento curiosidad de saber dónde estabas, no me gustaría pensar que mi prometida ya no es pura. —Me ofende, señor, no me conoce y aún no soy su prometida; sin embargo, y por la manera en que me acusa, debería reconsiderar su propuesta, quizás así no mancho su reputación. Es evidente que no soy digna de usted, ni usted de mí; jamás un hombre que juzga a simple vista podría cumplir con mis expectativas. La manera prepotente en que le responde lo hace enojar; sin embargo, su mirada y la forma temblorosa con la que actúa suaviza su enojo. —¿Cómo te atreves a hablarme de esa manera? ¿Se te ha olvidado quién soy? —Ya se lo dije, un hombre que cree que porque tiene poder tiene el derecho de ofenderme no es merecedor de mi respeto. —Te hice una pregunta. —Y yo ya le di una respuesta; mientras no esté unida a usted, no tengo por qué darle explicaciones, usted no es más que… —Amira se asusta ante los juegos pirotécnicos a los que no está acostumbrada, llevándola a cometer un nuevo pecado del corazón al sostenerlo con fuerza de su mano y abdomen. Están rompiendo las reglas, pero el corazón tiene mente propia y esta fuerte electricidad que recorre sus cuerpos no les permite alejarse. Ahmed nota cómo esa coraza de hierro se debilita por simples juegos artificiales, sin saber que ella no está acostumbrada a estas cosas; para ella son modernas, la hacen inclinar la cabeza, apretándolo más fuerte cada vez que detona una bengala. —Tranquila, son solo fuegos artificiales. —Dice tomando su mejilla para calmarla. Sus miradas se entrelazan haciendo que Ahmed pierda la razón; no sabe qué es lo que ella le hace para que no piense en nada más que en ella. Están tan consumidos que Amira afloja su agarre deslizando su mano por el brazo de Ahmed. Su perfume la tiene cautivada, sus manos se tocan y es como si fuera una explosión de sentimientos que los abate a ambos, una conexión que ninguno había sentido antes. —Esto no está bien —dice Amira en un susurro, enfocada en la mirada intensa de Ahmed, quien acaricia sus labios con su pulgar mientras se va acercando cada vez más. Su respiración es pesada, agitada; sus labios se rozan hasta que se unen en un intenso beso que los envuelve. Él toma su cuello y ella su brazo; el hiyab cae sobre sus hombros y Ahmed puede ver que, sin él, es mucho más hermosa. Sus labios se vuelven a unir en un excitante beso; no pueden alejarse, se dejan llevar sin poder parar. Ahmed la toca, intentando controlar el poder que ella tiene sobre él en cada beso; sus labios se rozan, él está deslumbrado con su belleza. Cuando de repente la puerta se abre de golpe. —Ahmed, hijo… —Al verlos, el hombre se espanta. POR ALLAH, ¿QUÉ ESTÁN HACIENDO? ¿QUIÉN ES ESTA MUJER? Por instinto, Ahmed protege a Amira detrás de su espalda. Amira se da vuelta para acomodarse el hiyab; su corazón late fuerte y teme lo que pueda pasar ahora. —Escucha, no tienes que hacer un escándalo de esto, solo… —De repente, el lugar empieza a ser concurrido ante la llegada de su madre, que aparece en el lugar. —Por Allah, Ahmed… —Jade cierra la puerta rápidamente ante la situación. —Arreglemos esto en privado, no tienes que hacerlo público. —Dice Ahmed tratando de mantener la reputación de Amira a salvo. —Tienes razón, lo arreglaremos. Jade, sácala de aquí. Jade hace lo que él le pide. —Ven conmigo, querida. Amira, al ver a la mujer, se apresura a refugiarse en Ahmed. —Espera, madre. —Escúchame, ve con ella… —le dice, intentando calmarla. —Déjame ir, por favor, debo irme. —Ve con ella, lo resolveré. —Ven, querida, ven. Amira es llevada por Jade; ella nota a Ahmed discutir con el hombre detrás de ella, siente que esto se saldrá de control, que esto ha sido una trampa de él para obligarla a casarse. Sin saber que Ahmed es ajeno a todo, y que las cosas simplemente se dieron por casualidad. —¿La has deshonrado? ¿Acaso te has puesto a pensar lo que dirán al saber que el mismísimo jeque se pasa las leyes del Corán como le viene en gana? —No tengo que volver a explicarte que la he pedido en matrimonio, no he roto ninguna ley, el plan sigue como lo he planeado, será mi esposa. Abdel se enoja aún más; para su edad, la cordura está sobre sus límites y las tradiciones las lleva en la sangre, exigiendo respeto a lo que cree, a la consagración divina del Corán, por las leyes de Allah. —Reúne a su tío conmigo ahora mismo; han roto las leyes y se llevarán a cabo los deseos de Allah. Su familia será la deshonra si se enteran de que su nieta se ve a solas con un hombre; imagina lo que dirán del jeque, el líder del emirato. —Sí, familia, ni nadie tiene que enterarse de esto; ella vendrá hoy y seguirá con lo que se ha planeado; tú no te preocupes, solo déjame manejar este asunto a mí. —Asegúrate de que esto no salga a la luz, por Allah, evítame la deshonra. Ahmed lo ve marchar y de inmediato llama a su madre. —Hijo… —Ahmed la mira inquieto. —¿Ella está bien? —Sí, lo está. —Ok, prepárate, madre, la acompañarás a casa; déjala cerca de donde vive, en un lugar que nadie los vea. Dile que su obligación será casarse conmigo y que es su deber hacerlo; asegúrale que esta es la mejor solución. —Sí, hijo, está bien. Jade sale casi corriendo a la habitación donde Amira espera. —Vamos, querida, apresúrate. —¿A dónde vamos? —Te llevaremos a casa, date prisa. Amira camina junto a Jade, ambas escondiéndose de la gente; se meten por los túneles y llegan al jardín donde ya las esperan. Ahmed las ve desde el balcón de su habitación y su expresión es firme; ella será su esposa. * Amira piensa que ha podido liberarse; escapar es la solución. Él le ha tendido una trampa y ahora su madre intenta convencerla de que debe hacer lo correcto, casarse. —Debes cumplir con las leyes de Allah, han cometido un pecado, ¿lo entiendes? El jeque mayor no dejará que esto salga impune; deben cumplir con la enseñanza. Las palabras de Jade calan en Amira, quien solo piensa en huir; huir será la mejor decisión. Ella es dejada a unos metros de la casa. Amira espera a que los hombres se vayan e intenta escapar, cuando de repente escucha el grito de Aminal. —Amira… —Amira se paraliza al verlo regresar, su corazón se acelera, intenta escapar, correr, pero sus hombres la detienen. —Atrápenla. Amira forcejea, su rostro se torna pálido. —Suéltenme, suéltenme. —Tráiganla, rápido, Yala, yala. —La meten a la casa; es temprano y el sol apenas está saliendo. La meten a la casa, donde Dachira, al verla, se asusta. —INTENTANDO ESCAPAR, POR ALLAH, POR ALLAH. Aminal le da una fuerte bofetada que la derriba al suelo. Amira lo mira con odio, un odio que crece cada día; su corazón late fuerte mientras su cuerpo tiembla de importancia. —Eres la deshonra de mi familia; tú y tu madre pagarán por burlarse de mí. Te casarás con Ahmed, sin objeción, o te juro que la buscaré y la encerraré. —No me casaré. —Si lo harás, no permitiré que te burles de mí, ni tú, ni tu madre; las encerraré a ambas, por Allah que lo haré. Has puesto el nombre de la familia en riesgo, se acabó mi paciencia, la buscaré y la encontraré y la haré pagar. Amira se asusta al ver el collar de su madre en la mano de su abuelo, el mismo que llevaba por la noche. —Dachira, prepararla, saldremos en unos minutos. —Aminal sale de la habitación dejándola en una agonía al pensar que le hizo daño a su madre. —Abuela… —Llora. —Suuh, lo sé, cariño, lo lamento tanto, él vino anoche casi a mediodía, noche; al no verte, se fue a buscarte. No sé qué fue lo que pasó, yo estaba preocupada por ti, por ella, lo lamento, cariño, no pude hacer nada. —Mamá, no, abuelo, debo ir con ella, saber que esté bien. —No, no, querida, ahora no puedes irte, debes prepararte para el encuentro con tu esposo; temo que si no lo haces, ella pague las consecuencias. Vamos, Yala, a la ducha, vamos.