Joseph se levantó temblando y se acercó al ataúd, buscando alguna diferencia entre la muerta que yacía allí acostada y su amada Elowen.
Sus ojos recorrían lentamente cada parte del cuerpo, más tristemente se dio cuenta de que la persona en el ataúd era, sin duda, Elowen.
¿Cómo podía aquello ser posible?
Hace solamente un día que habían charlado por videollamada, y en ese momento Elowen no mostró señales de querer suicidarse ni cosa semejante.
¡No!
¡No puede ser!
Su amada Elowen solo debía estar molesta por no haber estado con ella esos días, enojada por no prestarle atención. ¡Seguro que solo era eso!
Joseph extendió la mano y tocó la cara de la mujer sin vida, tratando de engañarse a sí mismo, pensando que Elowen solo estaba dormida y que, si la despertaba, todo volvería a la normalidad.
Cuando sus dedos temblorosos tocaron la fría mejilla de Elowen, Joseph forzó una sonrisa, pero seguía engañándose a sí mismo.
—Elo, ¿por qué tu cuerpo está tan frío? ¿Puedo quizás dar el calor que nec