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Di un respingo. No esperaba verlo allí de pie, vestido con un traje oscuro con los primeros botones desabrochados, dejando al descubierto el pecho justo como para hacerme un nudo en la garganta. Hacía años que no veía a Enzo Salvatore, pero su presencia seguía teniendo el mismo poder sobre la sala. Sus ojos oscuros se clavaron en los míos y me quedé sin aliento.
"Enzo...", susurré, con la voz apenas audible.
La sala se sumió en el caos. Se desenfundaron armas, las voces se alzaron presas del pánico.
"¡Bajen las armas!", ladró Marco, pero nadie pareció escuchar. Joseph estuvo a mi lado en un instante, colocándose entre Enzo y yo.
"Atrás", advirtió Joseph, con la mano ya en la empuñadura de su arma, el cuerpo tenso como si estuviera listo para protegerme.
Enzo tensó la mandíbula y un destello peligroso brilló en sus ojos. "Muévete".
Joseph no se movió. "No te acercarás a ella."
Los guardias de Enzo avanzaron, flanqueándolo, listos para cualquier señal de ataque. La tensión en la sal