Esa noche, cuando al fin lograron refugiarse en un rincón apartado de las ruinas que los rodeaban, el silencio se volvió cómplice. El frío calaba en la piel, pero Ian se había quitado el abrigo para cubrir a Ciel, asegurándose de que nada la hiciera temblar.
Ella lo miraba con los ojos aún cargados de preguntas, de miedos y de un sentimiento que le quemaba en el pecho. Ian, en cambio, parecía no apartar la vista de ella, como si temiera que desapareciera si dejaba de observarla.
—No voy a dejarte —dijo él, con un tono que no admitía dudas—. Ni aunque el mundo entero me lo exija.
Ciel bajó la mirada, sintiendo un nudo en la garganta.
—Ian… ¿y si realmente soy lo que todos dicen? ¿Y si algún día me convierto en aquello de lo que quieren protegerme?
Ian se inclinó hacia ella, tan cerca que pudo sentir el roce de su aliento en su piel.
—Entonces estaré allí. Para recordarte quién eres de verdad.
Su voz era suave, pero había una fuerza irrompible en ella. Ciel sintió un estremecimiento rec