El amanecer traía un aire inquietante al campus. Las sombras de los árboles parecían alargarse más de lo normal, y el viento llevaba consigo un silencio extraño, cargado de presagio. Ciel, Ian y Jordan estaban reunidos en la azotea, repasando los antiguos textos y los símbolos del ritual de la noche anterior.
—No podemos relajarnos —dijo Ian, sus ojos recorriendo el horizonte—. Azrael no atacará al azar. Lo hará cuando menos lo esperemos, y será rápido, preciso, estratégico.
Jordan asintió, observando el movimiento de las hojas agitadas por el viento.
—Y no vendrá solo a medirte, Ciel. Cada ataque que haga será para probar tu control, para medir tus límites. Si no estamos coordinados… podría atraparnos a todos.
Ciel cerró los ojos, concentrándose en la marca. La luz carmesí en su muñeca brilló suavemente, pulsando al ritmo de su respiración.
—Estoy lista —dijo, con voz firme—. No importa lo que haga, no me atrapará desprevenida.
Un sonido sordo rompió la quietud: un crujido metálico,