El torbellino de sombras y fuego plateado se expandió como una ola viva, arrancando árboles de raíz y lanzando a los cazadores por los aires como si fueran muñecos de trapo.
La líder del lobo blanco, sorprendida, apenas alcanzó a clavar su lanza en el suelo para no ser arrastrada por la corriente oscura.
Leonardo, con el hombro atravesado y la sangre empapando su capa, apenas logró sostenerse de pie, pero sus ojos no se apartaban de su hija.
—¡Ciel! ¡Escúchame! —rugió, aunque su voz se perdía en el estruendo.
Ian se cubrió el rostro, sintiendo cómo la energía le quemaba la piel.
Aquello ya no era simplemente poder vampírico… era algo más antiguo, algo que incluso él, hijo de un monarca, no comprendía del todo.
De entre el resplandor caótico surgió una figura alta y oscura: Artaxiel.
Su presencia parecía multiplicar el peso del aire. Sus alas, tan negras que devoraban la luz, se extendieron como un eclipse.
—Hija mía… por fin te veo como debiste ser —susurró, aunque su voz se filtró di