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El último rastro de chocolate se deslizaba por tu dedo cuando escuchaste un crujido suave entre las hojas. No era el viento. No era un animal. Era una presencia… conocida.

—Disfrutas demasiado eso —dijo una voz masculina, profunda y grave, saliendo desde la sombra.

Ian.

Apenas dio un paso hacia la luz, sus ojos —rojos, intensos— bajaron hacia tus labios manchados de chocolate. Por un instante dejó de respirar… como si algo dentro de él se tensara.

Tú te quedaste quieta, todavía sosteniendo el resto del helado, con el dulce derritiéndose entre tus dedos.

—Es solo un chocolate —murmuraste, riéndote un poco.

Ian ladeó la cabeza, observándote sin parpadear, con ese modo suyo de analizarlo todo… y, aun así, no apartar la mirada.

—No es solo un chocolate cuando lo comes así.

Su voz tenía un matiz ronco, contenido, como si tus movimientos —tan simples, tan inocentes— hubieran encendido algo en su interior. Se acercó un poco más, el suelo húmedo amortiguando sus pasos. El aura híbrida que te
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