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El aire se volvió irrespirable.

Una presión invisible cayó sobre el templo, haciendo vibrar las paredes. Los grabados antiguos comenzaron a resplandecer con una luz roja, como si despertaran de siglos de silencio.

Jordan se interpuso de inmediato, espada en mano.

—¡Está dentro del sello! —gritó, mirando a Ciel.

Pero ella ya lo sabía. Lo sentía. La energía de Alexandre se filtraba por el vínculo… a través de Ian.

Ian se llevó las manos al pecho, cayendo de rodillas.

Su respiración se volvió entrecortada; la marca del eclipse oscuro ardía con fuerza.

—No… puedo… —jadeó, golpeando el suelo—. Está… dentro de mi cabeza.

Ciel corrió hacia él.

—Ian, mírame, resiste. ¡No lo dejes entrar!

Pero su mirada ya no era suya.

Los ojos, antes llenos de rabia y amor, ahora brillaban con un rojo vacío, dominado por la voluntad de Alexandre.

Una voz resonó en el interior del templo, distorsionada, proveniente de su garganta:

—¿De verdad creías que podías esconderme, Ciel?

El tono era el de Alexandre. Frí
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