La lluvia había cesado al amanecer, pero el aire seguía cargado de una humedad espesa, como si el mundo contuviera el aliento. Ian caminaba por el bosque, con el abrigo empapado y los pensamientos revueltos.
Cada paso lo alejaba de Ciel… y cada paso dolía más.
“Ya es demasiado tarde”, se repitió una y otra vez, recordando el calor de sus labios, el temblor de su cuerpo, la forma en que el pulso híbrido de ella se mezcló con el suyo, desatando algo que no podría volver a contener.
Cuando llegó al claro donde solían entrenar, una figura lo esperaba. Jordan.
Estaba recargado en una roca, con los brazos cruzados y la mirada fija en él.
—Vaya —dijo con sarcasmo—. Así que decidiste volver solo.
Ian no respondió. Pasó a su lado, pero Jordan se interpuso.
—¿Qué hiciste, Ian? —su tono era cortante—. La energía de Ciel está inestable, lo siento desde aquí.
Ian se detuvo, giró y lo encaró con el ceño fruncido.
—No te metas.
—¿No me meta? —Jordan se rió, pero sin humor—. ¿Sabes lo que pasa si su