Ian permaneció en silencio, viendo cómo Ciel se alejaba entre el gentío del campus. Su cabello se movía al compás del viento, y cada paso que daba parecía alejarla un poco más de su mundo, de esa oscuridad que él nunca había podido abandonar.
El corazón —si es que aún lo tenía— le dolía de una forma desconocida.
“No puedo protegerla de todo…”, había dicho ella.
Pero él sabía que no protegerla sería su perdición.
Apoyó la espalda contra una pared y cerró los ojos. El ruido de los estudiantes, las risas, el sonido de los zapatos sobre el pavimento… todo se volvió un zumbido lejano. Dentro de su mente, solo resonaba una imagen: Ciel riendo con aquel humano de ojos claros, el mismo que la había acompañado días atrás cuando ella pensaba que él no la seguía.
Ian apretó los puños. Su instinto más primitivo rugía. No soportaba la idea de verla cerca de otro hombre. No porque desconfiara de ella, sino porque el simple pensamiento lo hacía perder el control.
—Te está consumiendo —dijo una voz a