Leonardo observaba desde la ventana cómo Ciel, con su mochila al hombro, cruzaba el portón de hierro rumbo a la universidad. La bruma matinal cubría los jardines, y el aire parecía contener un presentimiento. Él no era un hombre que confiara fácilmente, y menos después de lo que había ocurrido la noche anterior. Dormirla había sido la única forma de evitar que presenciara lo que Jordan y Ian estaban a punto de hacer.
Esa mañana, en el campus, todo parecía normal… o casi. Los estudiantes iban de un lado a otro, charlando, riendo, viviendo su cotidianidad sin saber nada del mundo oculto que Ciel llevaba sobre los hombros. Su mejor amiga, Diana, la vio apenas cruzó la entrada principal.
—¡Por fin apareces! —exclamó corriendo hacia ella y abrazándola—. Pensé que te habías ido del país o algo.
Ciel sonrió débilmente, intentando ocultar el cansancio que aún sentía.
—Lo siento, han pasado cosas… complicadas.
—¿Complicadas? —Diana la observó con sospecha—. Te desapareces más de una semana, no