El amanecer volvió a teñir las torres de Vorlak, pero la calma era solo un disfraz.
Ciel despertó sobresaltada en su habitación; el eco de un grito seguía vibrando en su mente. No sabía si era un recuerdo o una advertencia. Afuera, el viento golpeaba los vitrales con furia, como si las montañas intentaran hablarle en un idioma antiguo.
Se incorporó, aún vestida con las vendas de la noche anterior. Cada herida ardía con una energía distinta: la marca del poder híbrido.
El espejo frente a ella reflejaba unos ojos distintos… más luminosos, más profundos. Había algo nuevo en su sangre.
Antes de que pudiera comprenderlo, la puerta se abrió con fuerza.
Ian entró. No tocó. No esperó. Sus ojos eran un torbellino oscuro.
—Te busqué toda la noche —dijo con la voz contenida, como si cada palabra costara control—. ¿Por qué te apartaste?
Ciel lo observó con cierta culpa. —Necesitaba silencio. Después de todo lo que pasó… necesitaba entender lo que soy ahora.
Ian se acercó lentamente. —Eres tú. Sie