1185

Valeria sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. La escritura en el parabrisas parecía más que una amenaza; era un recordatorio de que Alexandre podía llegar a cualquier lugar, en cualquier momento. El niño, acurrucado a su lado, temblaba de miedo. Valeria lo abrazó con fuerza, tratando de calmarse, mientras Gabriel inspeccionaba el exterior, buscando señales, cualquier indicio de su enemigo.

—No hay nada —dijo Gabriel, aunque la tensión en su voz era evidente—. Por ahora… parece que se ha ido.

Valeria cerró los ojos, tratando de ignorar la sensación de que cada sombra, cada susurro del viento, podía ser Alexandre observándolos. Sabía que no podían quedarse quietos, que la calma era solo temporal.

—Tenemos que movernos —dijo Gabriel finalmente—. No podemos esperar a que toque otra vez. Necesitamos un lugar seguro, lejos de la ciudad, lejos de todo lo que él conoce.

Valeria asintió, con la voz apenas un susurro:

—Sí… pero esta vez no solo por mí. Por nuestro hijo. No quiero v
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