Encuentro casual

Anna no podía ver lo que estaba haciendo Vladimir, su corazón se estrujaba al observar cada foto que este había subido al I*******m, en las cuales estaba muy acaramelado con una hermosa joven, eso terminó por estrujar su adolorido corazón.

Se levantó y tomó un poco de agua fria para calmarse antes de volver a su habitación, sus compañeras de cuarto dormían plácidamente, se metió a la cama, con cuidado de no despertar a Kira, quien la abrazó repentinamente, así durmió un rato, lejos del caos de su vida.

Los rayos del sol entraron por su ventana, anunciando la llegada de un nuevo día. Anna tenía que prepararse como todas las mañanas, para asistir a clases, estaba en el segundo semestre de medicina y pese a que su padre al principio se oponía, luego terminó por aceptar lo conveniente de tener un médico dentro de una familia que vivía al margen de la ley. Esa fue la única vez en la cual se atrevió a desafiar los designios de su padre e imponer sus deseos ante todo.

—Eres una muñeca Rusa, Anna, una que oculta demasiados secretos,—musitó ante el enorme espejo, observando el rostro tan delicado que se reflejaba.

Tomó su bolso cargado de libros y se encaminó al campus, para ir a su primera clase. Sintió algo extraño mientras caminaba, el ambiente estaba demasiado sereno, tanto que comenzó a pensar que algo malo podría suceder. Había tanta paz, que le era perturbador e incluso doloroso.

Todo a su alrededor era tranquilidad, eso realmente le extrañó; subió las escaleras corriendo, se dirigió al laboratorio y justo en ese momento lo vio; debía ser nuevo en el Campus, o quizás en la ciudad, porque nunca antes, sus ojos se habían posado sobre él.

Tenía el cabello rubio casi nórdico, sus ojos eran de un color gris, tan hermosos que parecían casi irreales; lo más raro era que se encontraban en completa paz, no había nada de maldad reflejado en ellos. «Eso era imposible»

—Buenos días, soy Dante—saludó extendiendo su mano, con una amplia sonrisa, dejando al descubierto sus perfectos y afilados colmillos.

—Mi nombre es Anna—estrechó su mano cortésmente, con ese simple acto un corrientazo estremeció todo su cuerpo como si un rayo la hubiera golpeado, por un momento le pareció que los ojos de él cambiaban de color, había algo en ese chico que se sentía mal, le perturbaba su cercanía y no sabía el por qué.

Su teléfono de repuesto sonó, sacándole de su debate mental y mirando la pantalla se acomodó en su asiento habitual, era Vladimir quien le escribía nuevamente.

*Te veo después de clases, en el área de natación.

Le pareció poco habitual su modo de actuar, él no era de los que escribian, su modus operandis era aparecerse sin ser invitado y ese acto de rebeldía era una de las cosas por las que lo amaba. Se levantó de la silla rumbo a la salida, pero cuanto se acercó a la puerta, tropezó con el profesor que se disponía a entrar.

El hombre la miró con desagrado, odiaba que los estudiantes fueran tan descuidados, estaba a punto de reprenderla cuando el joven rubio intervino en su rescate.

—La señorita me comentó que no se siente bien—la voz de Dante era firme y segura, aunque decía una mentira, Anna se sentía agradecida de su intervención, pues haría más creíble su mentira.

—La verdad, creo que iré a la enfermería—suspiró sujetando su abdomen fingiendo dolor en su mirada.

—Señorita Dobreva, acuda rápido con la enfermera y no regrese hasta tener un diagnóstico de su problema.

—Gracias profesor Weston—ella sonrió con timidez al igual que lo hacía Dante, ambos compartía una mentira juntos.

Cuando nadie la veía se apresuró a subir las escaleras que daban justo a la piscina techada que usaban los pertenecientes al equipo de natación para entrenar, cuando llegó el estaba allí, sentando en el borde de la piscina con los pies en el agua.

— ¿Vladimir qué haces aquí? —preguntó curiosa, depositando su vista sobre un tatuaje en forma de tarántula que cubría la parte posterior de su cuello, le gustaba ese tatuaje.

Él golpeó el borde de la piscina, justo a su lado y ella se sentó justo a su lado, bata blanca ondeando al sentarse, tomó la mano de la joven entre las suyas y como por inercia Anna suspiró profundamente.

—Tengo miedo Anna—susurró contra su cuello, aspirando el aroma que emanaba de su piel —, promete que te cuidarás, no quiero arruinarlo todo, pero si alguien te toca, quemaré a todos por ti. Eres y siempre serás mi más ferviente pecado.

Por un momento el corazón de Anna se estremeció ante su confesión, el hecho de saber lo que estaba dispuesto a hacer por ella le daba una esperanza a su adolorido corazón, que sufría en silencio por un amor imposible.

—Mientras esté contigo nunca tendré miedo, Vladimir—suspiró permitiendo que él le acariciara el rostro con ternura.

Hasta que unos pasos los hicieron detenerse, era peligroso estar juntos, si alguien los veía y se lo contaba a su padre ambos estarían arruinados.

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