El secreto de mi esposo
El secreto de mi esposo
Por: Dove Valle
Pasiones secretas

Era sábado por la noche, la única noche en que el padre de Anna dejaba libre a la mayoría de sus subordinados, para irse a tener una celebración un poco más privada, alejándose así de los ojos curiosos.

Sin embargo para ella la universidad era absorbente, aunque siempre se le hizo fácil acoplarse no le quedaba tiempo para salir a divertirse, esa noche iba rumbo a su habitación en el campus, la cual compartía con un par de jóvenes de su misma edad, quienes no estarían por ser fin de semana.

En cuanto llegó a su destino fue directo a tomar un baño, necesitaba relajarse; le era difícil mantener el secreto su familia, sin embargo era necesario si quería mantener una vida normal.

El silencioso ambiente del baño, fue profanado por uno pasos firmes, era fácil para ella reconocer al invasor, él único capaz de colarse dentro de su habitación sin ser visto, un empleado leal de su padre y su más ferviente pecado, Anna lo deseaba y él a veces le correspondía, juntos eran como un rompecabezas perfecto.

—Vladimir—le reprochó mirándolo con sus ojos azules.

— ¿Acaso sientes pudor después de tanto? Mi dulce, Anna—le acarició el rostro con cuidado.

—Es...—ella le miró sonrojada, sin poder continuar la frase, la espuma acariciaba su pálida e impecable piel, haciéndola lucir tentadora.

—Creo que la universidad te ha cambiado, Annie—bufó él recostándose de la pared. Su cabello rubio oscuro lucia desordenado y en sus ojos café claro había un toque de oscuridad.

—Nunca cambiaré contigo —le susurró con una sonrisa tímida, mostrándose ante él e invitándole a entrar en la bañera.

El joven accedió como si de un hechizo se tratará, acomodándose dentro de la lujosa tina se permitió apreciar la suavidad de su tez clara, la hija de su jefe era su gran pecado.

Ella pasó las manos alrededor de su pecho, acariciándole para tentarlo, él cerró los ojos de inmediato disfrutando de ese toque que encendía sus bajos instintos, ella sabía como dominarlo, con su dulzura y su piel

—Di qué me quieres, Vladimir—pidió Anna entre caricias.

—Eres divina—diciendo esto la besó, sabía que estaba mal, ella no podía ser suya, estaba prometida en matrimonio con uno de los herederos de una gran mafia, sin embargo estaba allí, dispuesta, desnuda y deseable.

Era simplemente perfecta y él deseaba hacerla suya de todas las maneras posibles. La acercó a él sin más preámbulos la poseyó, la joven soltó un gemido de placer mientras se dejaba llevar por el placer.

—Di que eres mía, Anna—gruñó contra su oído.

—Lo soy, completamente tuya—soltó Anna con una sonrisa.

Terminaron exhaustos y sudorosos con la piel caliente por el encuentro vivido, eran el uno para el otro sin embargo nunca podrían estar juntos en público, su familia se desharía de él si sus encuentros carnales se hacían públicos sin embargo, mientras nadie lo supieran podrían disfrutar de los goces de la pasión.

—Me enloqueces—Vladimir besó su frente, deteniendo un momento para acariciar sus rasgos faciales.

—Preferiría que dijeras que me amas—una lágrima se escapó por su ojo derecho.

Acaban de hacer el amor y sin embargo él no era capaz de mirarla diferente, ella lo amaba y por eso aceptaba ese trato, pensaba que si cedía a sus deseos él algún día le confesaría su amor, sin embargo, siempre pasaba lo mismo, Vladimir se escabullia en su cuarto, la hacía sentir una mujer plena, pero luego de poseerla su actitud cambiaba y eso le dolía, nunca podría amarla, lo cual le destruía el alma.

—Eres hermosa, Anna—Vladimir se levantó de la cama para comenzar a vertirse—, sin embargo lo nuestro no es amor—, la miró con una sonrisa en los labios.—Somos buenos en la cama, mientras te tomo no hay otra que ronde mi mente lo admito, tu cuerpo y esos gestos tiernos me enloquecen—. Se detuvo un momento para besarla en los labios.

Ese beso la hizo sentirse usada, como una más del montón, ella le entrego su cuerpo, él había sido el único en conocerla íntimamente y sin embargo, no había valido para nada, el siempre la vería como un momento de placer.

—No olvides seguir haciendo ejercicio, cada día me enciendes más, por lo visto estar lejos de casa te ha ayudado a desatar tu lado salvaje—al decir esto ya estaba completamente vestido y se dirigió a la puerta de salida.

—Pensé que te quedarías toda la noche, mis amigas no vendrán—se sintió humillada al intentar rogar por atención.

—Tengo cosas que hacer, de seguro tu también—Anna lo miró confundida ante sus palabras.—He notado que has aprendido nuevas posiciones—Anna se sonrojó al oírlo.

—Lo hice por ti—Anna admitió, estuvo leyendo una gran cantidad de libros para darle a Vladimir una noche placentera.

—Y me encantó—el hombre se relamio los labios,—aunque admito que si no fuera porque esto es solo un juego me dolería que practicaras con otros cuando yo no estoy, pero claro no hay exclusividad entre nosotros así que sigue preparándote que yo luego quiero probar.

En cuanto Vladimir se fue ella se echó a llorar, todo lo hacía por él y sin embargo este pensaba que ella andaba por allí buscando otros, se sintió sucia e humillada por ello entro a la regadera y esta vez talló su cuerpo hasta que dolió, queriendo borrar cada rastro de su piel que le recordara a él.

Después de bañarse se vistió con algo cómodo y salió al campus, necesitaba respirar aire fresco para olvidar todo el dolor que inundaba su corazón, no tardó mucho en dejarse caer sobre una banca y llorar, quería vaciar su alma.

Anna no era una mujer despiadada, sin embargo creció dentro de la mafia, rodeada de muerte y destrucción, sin una madre amorosa que la guiara, solo eran su padre y ella, se tenían el uno al otro, nada los podría separar jamás ella lo amaba, él era el centro de su universo, por él se esforzaba para verse fuerte, valiente. Su familia siempre sería su prioridad.

Volvió a su cuarto cerca de las cuatro de la mañana, una de sus compañeras dormía la borrachera el sofá, ella fue directo a su cuarto, necesitaba olvidar el encuentro de esa noche y sanar sus recuerdos, no lamentaba nada sin embargo a veces le hubiera gustado llevar una vida tan banal como la de sus compañeras de cuarto.

Tomó una amplia pijama y se la colocó, se acomodó en su cama esperando que sueño viniera y le trajera algo bonito en que pensar, Kira una de sus compañeras invadió su cama sin previo aviso y la abrazó por la cintura, le tenía cariño a la chica, en tan corto tiempo se había convertido en su amiga leal, aunque nunca se atrevería a contarle su historia por miedo a perderla. La mafia no te permitía tener amigos, pues cada uno de estos podría ser víctima de sus enemigos.

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