Capítulo sesenta y tres: En la trampa del enemigo.
La cabeza me daba vueltas, ese olor dulce y la amargura en mi lengua seguían presente. Sentía el rostro adormecido. Abrí los ojos y la luz me cegó. Pude mover las extremidades, pero me sentía fuera de mí, como si mi alma estuviera residiendo en un cuerpo ajeno. Estaba en el suelo, sucio y polvoriento. Me levanté con dificultad y analicé mis alrededores. Por lo grande que era, parecía un depósito, un almacén. Lo que estaba segura es que llevaba años abandonado. Todo estaba cubierto de mugre y tierra. Miré mi cuerpo, sucio. Mi vestido estaba manchado y mis pies descalzo. Sentía hasta la mas pequeña piedra enterrarse en mi piel.
Las ventanas estaban como a cuatro metros de altura y no había ninguna escalera o máquina que me pudiera elevar lo suficientemente. Y tampoco podía ver el exterior porque los vidrios estaban grises. No podía diferenciar si era de día o de noche.
Caminé hasta un gran portón metálico. Por más que tiraba y tiraba, el portón no se movía. Entre más me esforzaba