Mundo ficciónIniciar sesiónLa primera decisión es, por ese día, seguir aparentando que nada ha pasado. Incluso, si Carlo quiere festejar por la noche, lo dejarán, solo que esta vez tratarán de evitar que los alcoholice.
Andrea se funde en las carpetas, esta vez con rabia y decide que algunos de esos documentos deben desaparecer, así que los pasa por la trituradora sin pena. Ya se darán cuenta cuando algunos barcos no lleguen al puerto y la mercancía quede parada en el Canal de Suez o en el de Panamá; o cuando los bancos llamen para preguntar por qué su dinero no regresó.
Un rato después ve pasar a la mujer que reconoce por la fotografía que Ian le ha mostrado de ella. Se ríe internamente, porque Carlo ha sacado a Dina por la sala de conferencias precisamente y toma nota de todo lo que se tardaron dentro.
Carlo sale de la oficina unos minutos después, arreglándose la corbata con torpeza y ella se pone de pie con su misma sonrisa de siempre.
—Déjeme ayudarle, señor Suárez —se ven a los ojos unos segundos, como siempre y ella aprieta la corbata lo justo y necesario, aunque en su mente lo hace hasta que le corta la cabeza al infeliz—. Listo, ¿va de salida?
—Eso no es de su incumbencia, señorita Honores.
—Lo siento, señor —dice bajando la mirada, sumisa y avergonzada como siempre—. No quise ser impertinente, solo preguntaba porque hay documentos que debe firmar y son muy urgentes.
—No importa, déjelos en mi escritorio, cuando llegue de almorzar los firmaré todos.
Y, justo en ese momento, a Andrea se le ocurre la idea más maravillosa del día. En cuanto Carlo desaparece, corre a la oficina de Ian, cierra la puerta y él se apresura a ir con ella.
—¿Pasa algo? ¿Te hizo o dijo algo ese infeliz?
—No, la actuación se me da perfecto, debí ser actriz y así no me habría encontrado a este idiota —Ian se ríe y ella se acerca—. Vine porque necesito tu ayuda.
—Lo que sea.
—Un abogado de familia, le meteré el divorcio entre el montón de papeles que debe firmar.
—¿Y cómo estás tan segura de que no se dará cuenta?
—Porque es tan vago que jamás revisa lo que firma. Ya un par de veces lo he hecho —él levanta una ceja y ella se ríe—. Aprobó un bono para una chica que tenía a su hijo enfermo y es muy trabajadora, y también un permiso remunerado de dos semanas para un hombre que tenía a su esposa enferma.
Ian se ríe y se va al escritorio para llamar a su abogado. El hombre termina hablando con Andrea, quien le especifica lo que quiere en ese acuerdo. Lo que a Ian le llama poderosamente la atención es que, a pesar de tener un origen humilde, Andrea no le pide nada, solo que sea por infidelidad.
—Bien, me dijo que en una hora lo enviará a ti correo, tal vez antes —le entrega el teléfono y suspira.
—Eres terrible. Recuérdame jamás ponerme en tu contra.
—Dudo que lo hagas, también te han lastimado mucho y no creo que le hagas lo mismo a otros… y tampoco creo que te dé tiempo de hacerlo, si lo más probable es que me muera.
Lo dice con tanta simpleza, con tanto relajo y encogiéndose de hombros, que Ian tira de ella y la abraza. Se quedan así unos minutos y luego cada uno por su parte.
Exactamente cuarenta y cinco minutos después, Ian aparece frente a su escritorio con un par de carpetas y las deja sobre su escritorio.
—Mi despido, con un excelente bono, y lo tuyo.
—Oye… eso no se me había ocurrido.
Ian se ríe, la ve teclear con rapidez e imprime otro despido para ella. Marca, como en todos los documentos, el lugar donde debe firmar Carlo, los mete entre los demás documentos y los lleva a la oficina.
—¿Irás a almorzar?
—Sí, pero ya que me voy a morir, quiero hamburguesas con papas y una soda normal, nada de dieta. Tengo tres años sin comerme una porque el señor quería que cuidara mi figura.
—Te acompaño, quiero capturar el momento de tu libertad.
Salen juntos, sin que les importe nada si alguien mira, se sorprende o habla de ellos. Es su último día en la empresa y ya nada de lo que pase en ella les importa. Mucho menos le importa que se lo digan a Carlo, porque a esas alturas debería estar contento de que los dos se entiendan cuando él no está.
Al llegar al restaurante, Andrea pide una hamburguesa doble, con papas, las salsas que le gustan y su Dr. Pepper tradicional, con hielo. Ian pide lo mismo, se quedan en silencio cuando el mesero se retira, hasta que él lo rompe.
—¿Qué piensas hacer luego de salir de su casa?
—Irme a la misma ciudad en donde viven mis padres, supongo. Aunque están molestos conmigo, prefiero pasar mi tratamiento cerca de ellos, para que estén disponibles si todo se complica. Y tú, ¿te quedarás aquí?
—No, yo me voy contigo —ella levanta la mirada y él la ve con intensidad—. Te dije que no te dejaría sola, que estoy contigo en esto y yo cumplo con mi palabra.
—Gracias… solo espero encontrar un buen tratamiento para esto. Lo único que quiero es largarme de una vez y dormir, estoy tan cansada, tengo tanto sueño todo el tiempo. Y yo creyendo que estoy embarazada… quería tanto ser madre, Ian. Pero con esto, será imposible que lo sea, la radiación mata todo.
—Una vez leí que, tanto en hombre como en mujeres, les sacan muestras. Quiero decir, a las mujeres les sacan óvulos y los hombres dejan muestras de espermatozoides, para ser congelados y usados en el futuro.
—Creo que podría buscar esa opción —mira a la nada, como pensando en esa posibilidad.
—Pero, para el caso de los óvulos, deben ser fecundados antes, para tener mayor éxito de conservación y de tener un bebé. Imagino que deberás pensar en un donante.
—Tú —él la mira sorprendido, pero ella solo mantiene la mirada fija en la calle—. Quiero un hombre que conozca y que sea bueno, caballero y guapo. Solo si quisieras compartir mi asqueroso ADN, por supuesto.
Los dos se ríen por su imitación a Carlo y él le toma una mano con firmeza.
—Con gusto lo haría, de todas las mujeres que he conocido, tú eres la mejor madre que podría conseguir para mis hijos.
Su almuerzo llega, lo disfrutan y Ian fotografía a Andrea comiendo su hamburguesa al fin. La cara de felicidad y las lágrimas que se le salen, dejan a Ian con un sentimiento diferente, porque frente a él está la mujer más sencilla que jamás ha conocido, y también la más fuerte, aunque solo se ocultó para satisfacer a su esposo, nada más.
Cuando terminan, se van a la empresa, pero se encargan de entrar separados, porque el auto de Carlo ya está ahí. En la medida que sube el ascensor, Andrea comienza a sentir los nervios por lo que ha hecho. Pero ya es tarde para echarse atrás.
Se sienta frente a su escritorio a hacer más trabajo, pero no se concentra demasiado, porque está pendiente de la puerta, hasta que se abre y Carlo sale con un documento entre sus manos.
—Andrea, ¿qué significa este documento?
Andrea se pone nerviosa, mientras el ceño fruncido de Carlo y sus ojos, se posan sobre ella.







