Redsy regresó a casa algo molesto. Al entrar, vio que muchas de ellas estaban revisando los cuartos, tocando objetos y oliendo el ambiente como si buscaran algo.

—¿Se puede saber qué hacen aquí? O mejor dicho, ¿cómo saben dónde vivo?

—Vinimos por el trato —respondió una, sonriendo con molestia.

—Prometiste que te divertirías con nosotras cuando terminara la fiesta —dijo otra, frunciendo el ceño al detectar el olor de Ariadna.

—La fiesta terminó a las 2 a.m. Todas esas humanas ya estaban dormidas en los cuartos privados del club —añadió otra.

—Así es, pero luego dijiste que volverías mañana... y te fuiste —reclamó otra más.

—Además, ¿quién era esa mujer? —preguntó una, molesta.

—¿Por qué este lugar huele tanto a humana? —dijo otra, frunciendo la nariz.

El olor no era de una visita rápida. Era como si una humana hubiera vivido allí por dos días. Eso era raro. Redsy no repetía compañía a menos que fuera alguien especial... su favorita. Y que esa favorita fuera humana, era casi una ofensa