Capítulo 3: El diablo hecho mujer

─Bueno, creo que me voy ─espabila, suspira y luego termina diciendo ─, mañana me gustaría tener el dato de las galletas. Quizá el perro me odie menos.

Le doy una sonrisa jovial la cual no duda en corresponder, y así terminamos la rara conversación. Una vez terminan las clases llamo a mi cuñado Hugo, que es veterinario.

─Hugo, ¿qué tal? 

─Verónica, tu hermana no está conmigo ─avisa.

─No quiero hablar con ella, te llamo para otra cosa ─lo escucho gruñir, pero paso de ello para no caer en discusiones. Sé perfectamente que el odio es mutuo ─. Quiero saber cómo se llaman las croquetas que Cristina le da de comer al pulgoso que tienes.

─No sé, hay tantas. A veces le cambia el menú.

Lo que me faltaba.

Ricardo

Engel, ese apellido da vueltas por mi cabeza todo el tiempo. ¿Cómo le hago entender a Oliver que esa chica no me interesa en lo absoluto pero me intriga? Es mi alumna, por supuesto que la trato como tal, pero ella parece no verme como una figura de autoridad. Tiene el don de hacerme perder el juicio.

─Eso es por que te gusta. Y sí, eres hombre muerto ─me da las renuentes palmaditas en la espalda.

─No digas estupideces. Verónica es… linda, sí, de eso no tengo duda; pero es como si me cogieran los cojones todo el tiempo, ¿me entiendes? ─se echa a reír ─. Es que nunca me deja en paz, siempre hace algo para cabrearme.

─Del amor al odio solo hay un paso ─Oliver y sus cavilaciones hacen que se me dispare la presión.

De solo pensar que él puede tener razón, me asaltan pensamientos de frustración.

─ Joder, Oliver, ella no me gusta, simplemente me... 

─Te gusta, está más claro que el agua ─aduce ─. Tu problema es que aún tienes a Renata detrás, y te confunde.

─Eso no es verdad.

─Sabes que sí. Renata no se ha resignado a perderte.

─El divorcio fue consentido. Ella no se negó a firmarlo.

─Pero se niega a alejarse de ti.

─Somos socios, ¿qué hago? Así lo acordamos ante un juez. 

─ ¿Has pensado en el día que te quieras casar con alguien más? Renata jamás va a permitir que sigas de socio en la empresa.

Antes de poder proferir alguna oración razonable entra casualmente una llamada de Renata a mi celular. Miro a Oliver y por instante me permito darle la razón, Renata se niega a dejarme ir.

─ ¿Te das cuenta? ─le leo los labios. Añade ─. Me serviré otro whisky. Habla tranquilo.

─Hola, Renata ─inspiro hondo. 

─Ricardo, te recuerdo que hoy tenemos una cena ─suelta sin preámbulos.

─Hu huh. Gracias. Lo tengo presente.

─Ricardo, te conozco, ¿olvidaste la cena? ─guardo silencio un par de segundos ─. Mentir te tomará el mismo tiempo que decir la verdad.

─Nunca olvidaría una cena contigo ─me froto el cuello, miro a Oliver sonreír y dibujar varios corazones en el aire mientras bebe de mi buen licor. Es un hijo de p**a.

─Bien, cariño, entonces nos vemos en el restaurante de siempre a las seis ─termina diciendo ella.

─De acuerdo. Nos vemos a las seis ─me despido. Al colgar me tiro en el sofá de cuero negro de la estancia, con un brazo por encima de mi cara.

─ ¿Lo ves? Ella sabe cómo tenerte siempre de su lado. Rick, no puedes estar soltero la vida entera para darle gusto a la loca de Renata ─comenta. Después de unos minutos sin escuchar una respuesta de mi parte se despide ─. Creo que esto ha sido todo por hoy. Gracias por el whisky, volveré a visitarte en otro momento.

Tras la silenciosa velada con mi ex decido despedirme de un apretón de manos, dando por hecho que entre nosotros hay límites.

─Fue un placer ─digo.

─A ti por la cena ─añade sin dejar de mirar mi inusual adiós ─. No lo olvides , mi propuesta sigue en pie. Si quieres que volvamos, solo dímelo.

Verónica 

Le escribo a mi amiga mientras espero que el guardia del edificio donde vive mi profesor me deje pasar, hay una alta probabilidad de que no lo haga, Ricardo le advirtió que si me veía en el edificio o cerca de él lo dejaría sin trabajo. Pero cruzo los dedos por tener un día más de suerte.

─ ¿Llevas condón? ─me escribe ella.

─Oye, solo vengo en plan bondadosa.

─Oh, sí, bondadosa en la cama... ─sigue escribiendo ─. Oh, sí, Ricardo más, sigue, sigue, más duro.

Leo instintivamente pero me detengo al segundo para acabar muerta de risa. Apuesto que toda la sangre de mi cuerpo se ha drenado hacia mis mejillas. Qué p**a vergüenza.

─ ¡Sam! ─la reprendo.

Una luz que no vi venir ataca de golpe mi cara. Con dificultad reparo el convertible estacionado justo frente al edificio. En mi mente rezo por ver a Miller salir de él, pero para mi descontento primero alcanzo a vislumbrar una silueta femenina bajar del costoso vehículo, y junto a ella a mi profesor; a partir de ese momento mi primera impresión se nubla, ¿será su esposa?

“Amiga, ¿todo marcha bien?”

“Amiga, ¿te lo estás tirando?”

“Verónica, dime que tienes todo bajo control.”

“Loquilla, si aun no te lo coges, por favor contesta, y si lo estás haciendo, DISFTUTA. Esas cosas pasan una sola vez.”

Largo una risa casi imperceptible al leer todos los mensajes. Me despido de Sam y guardo el móvil en el bolsillo trasero de mi Jean. Con cierta desilusión regreso la mirada hacia la rubia que se ha quedado a medio metro del auto dándole, lo que parecer ser una cátedra de las desgastantes, a Ricardo. La expresión de él dice no aguantarla un segundo más, y por absurdo que parezca atina a rayar lo excitante de la situación; su mandíbula contraída, el ceño fruncido, sus mullidos labios y el cruce energético de sus brazos dan la sensación de infartar a cualquiera si se lo propone. Yo había tenido a bien lanzarme encima suyo apenas surgiera la oportunidad, pero considerando la escena, mi idea era imprudente como muchas otras.

Al cabo de unos segundos me acerco a la pareja y con una tos fingida logro llamar vuestra atención. 

─ ¿Qué se te ofrece? ─exige saber la mujer.

─ Señorita Engel ─dice Miller ─, ¿qué hace aquí?

─Hola profesor Ricardo, lamento venir…

─ ¿Acaso no ves que esta es una conversación de dos? Entre él y yo ─me interrumpe la rubia.

─Sé sumar ─respondo con indignación.

─ ¿Y qué esperas para irte?

─ ¿Disculpa? ─doy un paso hacia ella.

─Paren ─puedo sentir la mano de Miller sobre uno de mis brazos. ─ Renata, ya no más. Y usted señorita Verónica, por favor, cálmese.

─ ¿Qué pare?, ¿en serio, Riqui? 

¿Riqui? 

Se me escapa una sonrisita en un intento fallido por contenerla. En mi defensa, no esperaba presenciar la ridiculez en una palabra. 

─ ¿Qué te resulta tan gracioso? ─me reprende ella, y ganas no me faltan de decirle que su cara.

─Renata, es suficiente ─él intenta mediar. Con un leve Jalón me aproxima contra su cuerpo. Al tenerlo tan cerca alcanzo percibir el olor a canela, madera y bosque que desprende su perfume.

─ ¿Es por ella que no quieres intentarlo conmigo?

─No, no es así . Ella es una de mis alumnas.

─Peor aún. Y me jurabas que con tus alumnas nada de nada ─le recrimina. Añade más furiosa que antes ─, Dime una cosa, ¿esta te lo hace mejor que yo?

Abro dramáticamente los ojos con al última oración. Veo a Miller enjugarse la cara entre sus manos con demasiada vergüenza, y miro a la rubia frente a mí que parece no gozar de buena salud mental, emocional y espiritual. 

─Supongo que sí ─me le adelanto a mi profesor ─, no sé cómo se lo hacías pero para haberte cambiado por mí, algo tuve que innovar.

Ya sé qué dirá mi conciencia sobre lo que acabo de expresar, y discrepo, es verdad que una mujer no puede ser motivo de inseguridad para otra, pero esto cuenta como defensa propia.

Renata entra a su coche con los crespos hechos, y tras un derrape furioso contra el pavimento termina desapareciendo al final del vecindario. Cuando me vuelvo hacia mi profesor su mirada está puesta sobre mí como dos brasas ardiendo en ira. Consigo parpadear unos segundos, los justos para sopesar mis siguientes palabras.

─No lo digas ─me corta ─, ya sé que me está devolviendo el favor. 

Me da la espalda y entra al edificio. Guardando distancia voy tras suyo con una sonrisa de completa satisfacción, que apuesto no perder si consigo sobrellevar tan bien la situación como hasta ahora. 

─ ¿Seguirá haciendo mi vida miserable, verdad? ─lo oigo decir. 

─Ya toda su vida lo es ─me muerdo las uñas mientras el ascensor sube ─, no se queje, admita que le causó gracia mi comentario. Se lo merecía.

─No ─tercia él. 

─No lo voy a juzgar si lo acepta ─le doy un toquecito con el codo en el brazo. Con el rabillo del ojo me mira y sonríe. Es perfecto cuando lo hace ─. ¿Se da cuenta?, estuvo chistoso.

─ ¿A qué vienes? ─indaga. Vuelvo a mirarlo sonriente al percatarme de que no ha usado formalismos para dirigirse a mí en esta ocasión, lo cual es un avance. 

Le muestro las croquetas. El ascensor se abre, avanzamos hacia su apartamento y al entrar los ineludibles recuerdos del día anterior hacen presencia.

Al verme Rocky salta sobre mí y a mi profesor parece sacarlo de órbita la escena. Ricardo lo mira casi que acribillándolo pero guarda distancia, se limita a resoplar una serie de groserías inaudibles.

─Oh, cariño; calma ─lucho para que no me arranque la bolsa de croquetas de las manos ─. ¡Rocky, NO!

Miller voltea y se queda atónito con la actitud que el perro adopta. Se sienta frente a mí como buen muchacho que es mientras abro la bolsa de galletas.

─Vaya, ni siquiera el dueño goza de esos poderes ─resuella con ironía.

Me encojo de hombros y sonrío.

─Sabe lo que le conviene.

[…]

Llego a casa de mi hermano la mañana del sábado, con la sensación de no saber si son nervios o ansiedad, o ambos convergiendo peligrosamente después de la última conversación con mi profesor donde todo pareció ir por buen camino. 

Esa necesidad de saber adónde vamos a parar tengo que suplirla, y aunque no tengo idea de por dónde empezar porque mi creatividad para acosar ya no da para más, algo debo resolver.

─Sam ─llamo a mi amiga.

─ ¿Tienes idea de la hora que es?, son las ocho de la mañana ─inspiro hondo en un intento por ser paciente. Salta a la vista que la he despertado ─. ¿Qué quieres?

Sus gruñidos, todos maldiciéndome. 

─Va a parecerte tonto pero necesito verlo ─le explico. 

Repite lo que le digo en un tono burlesco y con una pisca de cursilería. Luego canturrea que estoy enamorada y con eso parece pasar la página.

─Nah, puede que atraída pero no enamorada. Es muy pronto.

─ ¿Qué te inventarás ahora? Ni de broma te ayudaré a entrar a su casa otra vez ─advierte.

─No, nada de eso. Hagamos algo menos tonto. 

─Invítalo a la fiesta de Raquel, veamos qué tan joven es su espíritu.

─Me dirá que no ─cavilo.

─Oblígalo.

Sopeso la idea, y a priori no resulta viable. Ricardo es un hombre de 31 años, apuesto que lo suyo es una copa de vino añejo, un buen filete de salmón al vapor y la compañía de alguna rubia estilizada como la que conocí aquella noche. Algo me dice que pasa de fiestas de universitarios y de otras tentaciones de la edad. 

─Hablamos después.

5: 30 p.m. 

Después de una ducha y varias secciones de hidratación, reviso mi closet y me decanto por una chaqueta de cuero, un pantalón gastado y unos botines grises. Mi larga melena rojiza natural la sujeto con un elástico negro y me aplico labial rojo para variar.

─ ¿No piensas cenar? ─aparece Chris.

─Voy de prisa. Me llevaré tu moto.

─Por favor, Verónica, no quiero más comparendos, uno más y te prohíbo volverla a tocar.

Le doy un beso en la frente y salgo corriendo antes de que me dé más sermones.

─Verónica ─me encuentro con Rodrigo a las afueras del apartamento. Entorno los ojos e intento esquivarlo─, cariño, espera.

─Aléjate de mí.

─Quiero dialogar. Prometo no portarme como un imbécil ─no puedo negar que verlo después de tanto me produce un cálido sentimiento. Es posible que lo extrañe, fue mi novio; lástima que me hartara y que no se diera cuenta que lo estaba logrando.

─Ahora no, tengo prisa.

─Cuando tu quieras bebé, pero hablemos.

─No me digas bebé, ni cariño, ni amor y mucho menos Vero ─le advierto. Lo reparo antes de encender el motor y una punzada de dolor me atraviesa el corazón─. Me alegró verte.

Esa es la verdad.

Puedo parecer indolente, pero quien me conoce sabe que no es así, que más allá de aparentar ser ruda y con carácter, tengo principios, valores y unas ganas incalculables de ayudar a quienes me necesiten, aunque eso en ocasiones implique tomar distancia. Solo espero que Rodrigo entienda que aunque no lo mencione, ni busque, lo seguiré queriendo pero esta vez no será por encima de mí

Después de ir por croquetas al local de mi cuñado y quedarme un par de horas dándole charla barata a mi hermana, aparco la moto sobre el andén del edificio de ladrillos rojos que se impone como el más alto de toda la manzana.

─El joven Ricardo no se encuentra ─acota el guardia del rascacielos.

─ ¿No sabe a qué hora llega? ─insisto.

De pronto el ascensor se abre y su silueta aparece, sonríe en compañía de una mujer mayor delante de quien pretende disimular la incomodidad que le causa verme. 

─Joven, la señorita lo busca, pensé que no estaba por eso no la anuncié ─le explica el guardia.

El silencio se vuelve denso, insondable. Tan incómodo que ninguno hace ademán de hablar hasta que la mujer se atreve a romperlo.

─Hola querida, ¿cómo te llamas?

─Verónica ─es lo único que logro articular.

─ ¿Eres amiga de Ricardo? ─inquiere, mientras yo sigo sin apartar la mirada de mi profesor quien luce avergonzado ─, soy su madre. Es un placer conocerte.

─Ehm... sí, el placer es mío ─espabilo repetidas veces antes de sonreír forzosamente.

─Hola, señorita Engel ─alcanza a decir ─, ¿qué quiere?

¿Qué quiero?

─Ehm... nada, supongo que he venido en mal momento. Lo lamento profesor.

─No debes ─repone su madre ─, no íbamos a hacer mayor cosa. Pensábamos cenar en algún lugar cercano, y te apuesto querida que eso puede esperar.

─No hace falta, debo irme ─murmuro. A pasos agigantados me acerco a la motocicleta y en cuestión de segundos mi profesor me alcanza sujetándome por el codo.

─Verónica ─evito el contacto visual, me limito a montar y encender la motocicleta ─. Espera, me tomaste por sorpresa.

─Ya.

─Hablemos ─me zafo bruscamente de su agarre ─, no he querido ignorarte, es que...

─Para buen entendedor pocas palabras, te avergüenza de que tu mami vea que hablas con alguien como yo.

─No me avergüenza.

─ ¿Entonces? ─lo desafío.

─Es que no acostumbro a presentar ninguna chica a mi familia, menos a mi madre, se encariña rápido.

─Claro.

─Vamos, baja de esa moto y subamos al apartamento, cena con nosotros.

Me muerdo el labio inferior tratando de controlar mis emociones. No soy así, ¿qué me pasa? Jamás me pongo susceptible por cualquier cosa, menos si se trata de un rechazo, es la historia de mi día a día.

Tras una explicación poco convincente Ricardo me persuade para que acepte comer con ellos. Estando en su departamento la señora Margot se anima a cocinar.

─ ¿Te sientes incómoda?

─Estoy bien, ya te dije.

─ ¿Venías a visitarme? ─se muestra tenso y avergonzado.

─Desde luego que no, quería inspeccionar que todo en el edificio marchara bien ─disparo, él reacciona con una sonrisa que llena de suficiencia su boca, y poco después se percata de las croquetas. 

─Señorita Engel, recuerde que habla con su profesor.

Claro, como si a estas alturas importara.

─Muchachos, vengan, preparé unas pastas que me quedaron riquísimas. 

Me hago a tres sillas adyacentes de la suya para evitar soltar otro de mis comentarios venenosos en presencia de su madre, provocando con mi actitud que él sonría con disimulo.

─Querida, ¿tomas gaseosa? ─me pregunta la señora, por lo cual asiento ─, gracias a Dios, recuerdo que Renata estaba todo el tiempo a dieta.

Miro a Ricardo quien se las reinventa para esquivar mi mirada, porque sabe que me burlaré.

La cena transcurre con especial normalidad, la señora Margot resulta ser tan amable como carismática, y Ricardo se muestra menos imbécil que al principio.

─Voy a descansar. Espero que disfruten el resto de la noche ─dice Margot antes de abandonar el comedor y perderse por los peldaños de camino a la habitación.

─ ¿Cómo puedes ser hijo de alguien tan adorable?

─También soy adorable, ¿qué te hace pensar que no? 

─Haces exámenes sin avisar ─pongo los ojos en blanco, a la vez que encojo los hombros. Él sonríe, hace ademán de decir algo en su defensa pero por el interfono el guardia lo interrumpe avisando que mi moto ha sido remolcada.

Me preparo para marcharme con la desilusión y la preocupación agolpando mi pecho. 

─Gracias ─lo beso sin pensar, y en el instante en que nuestros labios se rozan siento una descarga de adrenalina atravesando todas las venas de mi cuerpo. Separarme de él exige más fuerza de voluntad de lo esperado, no me culpo, hace que un simple beso se vuelva en un afluente de emociones. Besa jodidamente bien, ¿dónde aprendió a hacerlo?

Le muerdo el labio inferior antes de tomar distancia, y con mi boca solo a dos centímetros de la suya lo miro percibiendo la tensión y la confusión en su rostro. Consciente de lo que acabo de desatar, y con ínfulas de victoria, me atrevo a pasar mi pulgar por sus labios para borrar la marca de mi labial, luego le doy la espalda y camino hacia la salida sin todavía dar crédito a lo sucedido.

Ricardo 

Lunes. 

Sigo observando el techo de mi recámara, maldiciendo mentalmente todos los lunes de cada semana y cada tarea nueva que debo cumplir para empezar la jornada. Hay días en los que no deseo ser profesor, ni deseo tener un trabajo o una vida cómoda que mantener, solo anhelo irme de viaje a algún lugar del mundo donde no hayan ex que no me superan ni estudiantes obsesionadas conmigo.

¡Maldición! tengo clase a primera hora. 

El timbre suena sin control haciendo que mis tímpanos duelan, solo espero que sea Oliver con buenas noticias, de lo contrario lo mataré.

Alcanzo el pantalón de seda que cuelga del perchero y me lo pongo, miro la hora en el despertador y apenas marca las seis de la mañana. De camino a la puerta me pregunto quién aparte de mi mejor amigo se atreve a visitar a esta hora.

Bufo, me restriego los ojos y vuelvo a mirarla con fastidio. Su aparición parece evocar recuerdos de aquel beso, de la conexión que hubo, de la piel sedosa de sus labios, los mordiscos, esa primera vez y… Joder, debo detenerme. 

─Te traje dos vasos de café descremado, el azúcar está en su punto; dos cajitas con papitas fritas, tuve tiempo de ir por ellas a un puesto de McDonald's de 24 horas. Y una ensalada de frutas que preparé yo misma ─dice con tanta tranquilidad que asusta. La reparo otro par de segundos, y en uno de ellos me distraigo con las pecas de su nariz que se disipan como una constelación de estrellas, pero vuelvo a la realidad tan rápido como pienso que nadie antes se ha preocupado por saber si como o no.

─Señor... ─aparece el guardia con la mano en el pecho, como si fuese corrido una maratón. ─ Disculpe, no pude alcanzarla. Es muy ágil.

Vuelvo la mirada a Verónica, sabiendo que no hallaré arrepentimiento en ella.

─No importa. Por favor, no estoy para nadie ─le aviso. Ayudo a Verónica con las bolsas que aparentan estar pesadas y la invito a pasar.

─ ¿Dormiste bien? ─se me acerca con cautela y me da masajes en los hombros.

─ ¿Sabes qué hora es? Las seis ─me alejo. Ella toma asiento en una de las sillas que rodean la isla de la cocina ─. Y es lunes. Y hay clases, ¿te suena?

─Es lunes festivo ─recalca con una sonrisa ─, ¿no lo recuerdas? Y no son las 6, son las ocho menos veinte. Creo que el despertador de alguien se averió.

Pone su reloj de pulso frente a mí. Cierro los ojos durante una milésima de segundo e inspiro hondo. 

─Vamos, debes comer algo ─abre las cajas y organiza todo en el mesón. Me fijo en la ropa que trae puesta y en lo bien que le sientan los colores fríos, ataviada por un vestido celeste combinado con unas Converse blancas. Es la primera vez que la veo sin su habitual ropa de cuero en tonos oscuros y cálidos, y sin sus botines altos que a la vista no aparentan ser cómodos.

Abre y cierra los gabinetes, y seguidamente el refrigerador. Saca un par de vajillas y varios cubiertos. A la manera de un caballero hago espacio en la estancia para no estorbarle y me limito a cruzar los brazos y verla moverse mientras canturrea Just the way you are de Bruno Mars con confianza, como si estuviera en su casa. Me queda decir que tiene una jodida seguridad en sí misma que me atropella el ego. 

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