Marcos salió en su coche rumbo a la empresa. Mientras conducía, las palabras de Marta, se repetían en su cabeza una y otra vez. Aquel mensaje oculto en la frase “No quiero fallarle” era una clara confesión de lo que realmente sentía por él.
Tenía que verla, hablar con ella, que le dijera la verdad, su verdad. Todo lo que estaba sintiendo por Marta, era igualmente correspondido por ella. De eso, no había duda.
Esa noche, durante la cena, él estuvo callado y pensativo.
—¿Sucede algo? —preguntó Laura con preocupación.
—No, —contestó él— cosas de la empresa de las que no quiero hablar.
Laura suspiró hondo.
—Se siente vacía la casa, sin Marta —murmuró ella.
Marcos guardó silencio. No sólo se sentía vacía, también monótona y rutinaria.
—¿Crees que deba llamarla, preguntarle como se siente. —insistió Laura.
—No lo creo —contestó él, tratando de sonar despreocupado— Tenemos que darle su espacio. Si se ha ido es porque necesita estar a su zona de confort.
Laura aplanó los labios desco