Alina
La noche ha caído, pero el silencio no regresa. La clara está aún impregnada de la sangre de los Desollados, el olor metálico flotando en el aire como una bruma envenenada. Los cuerpos yacen entre las hojas negras, y los guerreros de la manada se mantienen en círculo, jadeantes, los músculos tensos por la adrenalina y la fatiga.
Damon está de pie, en el centro de esta carnicería. Está cubierto de sangre —la de sus enemigos—, pero su mirada es fría, calculadora. Se limpia la cara con el dorso de la mano, su pecho elevándose al ritmo de su respiración entrecortada.
Yo estoy a unos pasos de él, el aliento corto, sintiendo aún la energía de la batalla pulsar bajo mi piel. Mis garras están manchadas de sangre, y mi corazón late tan fuerte en mi pecho que siento que podría estallar.
Lucien se acerca lentamente, una herida sangrienta cruzándole la cara.
— Las pérdidas son grandes, dice. Pero hemos aguantado.
Damon asiente, pero veo la tensión en su mandíbula.
— No se detendrán aquí, mu