Alina
El silencio después de la batalla es tan pesado como la sangre que mancha el suelo. El olor de hierro y carne desgarrada flota en el aire, revuelviendo mi estómago. Los cuerpos de los vampiros yacen en la claridad, sus formas inmóviles bañadas en la sombra de la luna. Mis manos aún tiemblan por el retroceso de la magia que he liberado.
Damon está a mi lado, respirando entrecortadamente, su torso desnudo surcado por heridas aún frescas. Su sangre negra perlada recorre su piel, pero no titubea. Se mantiene allí, erguido, su mirada dorada fija en mí.
— Alina…
Levanto la vista hacia él, mi corazón golpeando en mi pecho. Siento aún el calor de su vínculo en mí, esta fuerza ardiente que palpita entre nosotros. Casi muere esta noche.
Me acerco a él, mis dedos rozando su torso. Una descarga recorre mi cuerpo al contacto de su piel. La marca oscura sigue serpenteando alrededor de su corazón, ardiente y viva.
— Estás herido, murmuro.
— No es nada.
Toma mi mano, atrayéndola contra su pecho