El baby shower de Natalie y mi hermano Marco terminó sin ninguna novedad. Los ayudé a limpiar para que pudieran irse a casa temprano y descansar. La playa estaba calmada esa noche, el cielo colmado de estrellas y el ambiente tranquilo.
Marco me llevó a casa en el auto, observaba a todas partes, casi como si vigilara. Notaba por el retrovisor que su entrecejo se fruncía. Como estábamos acompañados de Natalie no pudimos hablar sobre la preocupación que a los dos nos atusaba: Hugo.
—Cierra bien las puertas y las ventanas —me pidió antes de que me bajara del auto.
—Así lo haré —acepté mientras abría la puerta para bajarme.
—Y escríbeme antes de que vayas a dormir —insistió.
—Sí… tranquilo, estaré bien —calmé.
Lo vi pasar saliva y me envió una última mirada preocupada. Natalie, que cabeceaba por el sueño no se percató que entre mi hermano había una conversación con las miradas.
—Voy a estar bien —repetí.
Esta vez Marco me mostró una sonrisa que logró tranquilizarme.
Nuestra relación no era