Eliana despertó con el peso cálido de Samuel acurrucado contra su costado. Había pasado la noche con él en su departamento, asegurándose de que durmiera tranquilo después del incidente. Aunque su cuerpo estaba agotado, su mente no había descansado ni un segundo.
Miró al niño, que dormía profundamente, con su manita aferrada a la tela de su blusa. Samuel no era su hijo, pero su corazón no hacía diferencia.
Con cuidado, se deslizó fuera de la cama sin despertarlo. Se dirigió a la cocina y comenzó a preparar el desayuno. Mientras batía los huevos, escuchó pasos pequeños detrás de ella.
—¿Eli?
Eliana se giró y sonrió al ver a Samuel en la puerta, restregándose los ojitos.
—Buenos días, dormilón.
—¿Hice algo mal?
Su vocecita temblorosa la desconcertó.
—¿Por qué dices eso?
—Porque papá estaba enojado ayer en el hospital —murmuró, bajando la mirada.
Eliana suspiró y se agachó para quedar a su altura.
—No hiciste nada malo, mi amor. Solo quieres sentirte seguro, y eso está bien.
Samuel la abr