Cuando José Manuel y Samuel llegaron a casa, el niño entró corriendo con el trofeo en alto, como si fuera el mayor tesoro del mundo.
—¡Mira, Samantha! ¡Ganamos! —exclamó con emoción, mostrándole el premio.
Samantha, que estaba sentada en el sofá revisando su teléfono, alzó la mirada. Su expresión pasó de curiosidad a puro enojo cuando leyó los nombres grabados en el trofeo: Samuel, José Manuel y Eliana.
—¿Qué es esto? —preguntó con voz fría, tomando el trofeo de las manos de Samuel.
El niño sonrió sin notar su mal humor.
—Es el premio de la competencia. ¡Mira, también nos tomaron una foto! —Señaló la imagen adherida al trofeo donde él, Eliana y José Manuel sonreían juntos, victoriosos.
El rostro de Samantha se endureció.
—¿Y dónde piensas poner esto?
—¡En la sala! Para que todos lo vean —respondió Samuel con seguridad.
Samantha apretó los labios.
—No creo que sea buena idea. No combina con la decoración.
Samuel frunció el ceño.
—Pero es un trofeo importante.
—Aún así, creo que estaría