El aroma del café recién hecho llenaba la cocina, mezclado con el sonido sutil de la lluvia acariciando los ventanales. Era uno de esos días grises, pero extrañamente cálidos, en los que todo parecía calmarse... al menos en la superficie.María José, sentada junto a la mesa, sostenía entre sus manos una taza tibia mientras observaba a Isaac preparar un par de tostadas. Desde el desmayo de aquella mañana, él no se había separado de su lado. La había cuidado con una entrega que removía emociones que creía enterradas. Aun así, en su interior, un torbellino se revolvía con fuerza.—¿Te sientes mejor? —preguntó él sin mirarla, enfocándose en untar mermelada con una precisión innecesaria.—Mucho mejor —respondió ella con voz firme.Un silencio cómodo los rodeó por un instante. Hasta que ella respiró hondo, se armó de valor, y habló:—Quiero contarte cómo volví a encontrarme con Julio.Él giró lentamente hacia ella, dejando el cuchillo sobre el plato.—Dime.—Hace unas semanas fui a una cita
La noche había llegado con una intensidad inusual. Las nubes pesadas cubrían el cielo, apagando cualquier rastro de luna o estrellas. El viento golpeaba los cristales con furia, haciendo crujir puertas y persianas como si el mismo cielo llorara una pena antigua. La tormenta crecía con cada minuto, y con ella, un sentimiento profundo de inquietud comenzaba a colarse entre las paredes de la casa.Samuel dormía profundamente en su habitación, arropado hasta el cuello, ajeno al estruendo que se desataba afuera. Su respiración pausada y tranquila era el único rastro de paz en medio de esa noche agitada.Eliana, en cambio, no lograba cerrar los ojos. Caminaba de un lado al otro de la sala, con una manta sobre los hombros y el corazón latiéndole con fuerza cada vez que un trueno rompía el silencio. Algo en esas noches de tormenta la afectaba de una forma visceral, inexplicable. No era solo miedo al ruido. Era algo más profundo, más antiguo, como si las tormentas despertaran un eco de su alma
El cielo estaba nublado, de ese gris que parece congelar el tiempo. Aunque ya era de día, la casa seguía envuelta en un silencio cálido. La tormenta de la noche anterior había dejado rastros de humedad en las ventanas, como si el mundo también hubiese llorado.Eliana, así recuperara la memoria, no sabía que Samuel era su hijo. Aquella mujer había jugado muy bien sus cartas. El engaño fue tan perfecto, tan meticulosamente cruel, que ni el más profundo amor de madre había logrado abrirse paso entre las sombras del olvido.Arriba, Samuel dormía profundamente, ajeno a todo. Su pequeño cuerpo descansaba con tranquilidad, abrazado a su peluche favorito, con la respiración pausada y los párpados temblando, quizás soñando con dragones y castillos, o con los juegos del día anterior.Abajo, Eliana estaba sentada en el sofá, con una manta sobre las piernas y la mirada vacía. Sus ojos estaban enrojecidos, y sus dedos se entrelazaban con ansiedad. A su lado, José Manuel caminaba de un lado al otro
El día había comenzado con un cielo gris, y aunque no llovía, el ambiente se sentía denso, como si la tristeza se hubiera instalado silenciosamente en cada rincón de la casa. Eliana estaba sentada junto a la ventana, con una taza de té entre sus manos, pero el líquido ya se había enfriado. Su mirada estaba perdida en el horizonte, más allá del jardín, más allá del presente.La noticia seguía martillando en su cabeza.Había tenido un hijo. Un bebé. Y había muerto.Pero no lo recordaba. No podía sentir esa conexión tan fuerte que decían que toda madre tiene. Solo había un vacío, una punzada en el pecho, una tristeza inexplicable que la consumía cada vez que lo pensaba.¿Cómo era posible llorar por alguien que no se recuerda?Sintió que las lágrimas querían brotar, pero las contuvo. Había demasiadas preguntas y muy pocas respuestas. Y sobre todo, una angustia sorda: ¿y si había sido su culpa? ¿Y si había hecho algo para perderlo?—¿Estás triste otra vez, Eli? —preguntó una voz suave y fa
La lluvia golpeaba con fuerza las ventanas de cristal del lujoso rascacielos donde se encontraba Eliana Álvarez, la mujer más influyente en el mundo de la tecnología y la innovación. Dueña de un imperio que ella misma construyó desde las cenizas, una mujer que aprendió que la única forma de sobrevivir era con una sonrisa afilada y un corazón blindado.Estaba en su oficina, observando la ciudad desde lo alto, con una expresión serena pero calculadora. Su teléfono vibró y su asistente entró sin anunciarse.—Señorita Álvarez, la junta con los inversores de Singapur comienza en cinco minutos.—Diles que esperen —respondió sin apartar la vista de la lluvia.Eliana sabía que podía hacerlos esperar. Era la reina de su propio tablero de ajedrez, y nadie movía una pieza sin su permiso.A lo largo de los años, había perfeccionado el arte de la indiferencia. Después de todo, la vida le enseñó que el amor y la confianza solo servían para ser destruidos.Pero lo que no sabía era que, en cuestión d
La respiración de Eliana era irregular, sus manos temblaban de pura rabia. Samuel sollozaba, forcejeando contra el agarre cruel de Samantha.No lo pensó. No dudó.Su puño voló directo al rostro de Samantha.El sonido del golpe resonó en el aire.Samantha soltó un grito ahogado y, en el impacto, aflojó el agarre sobre el niño. Eliana aprovechó el momento y lo jaló hacia ella, abrazándolo con fuerza.—Tranquilo, pequeño —susurró, acariciándole el cabello—. Ya estás a salvo.Pero antes de que pudiera reaccionar, una voz grave y gélida la detuvo.—¿Qué rayos está pasando aquí?Eliana sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies.José Manuel.El solo sonido de su voz le revolvió el estómago.Cuando levantó la mirada, lo encontró allí, a solo unos metros. Alto, imponente, con esos ojos oscuros que alguna vez la miraron con amor… y que ahora solo reflejaban frialdad.Por un segundo, sintió que no podía respirar.Años. Años sin verlo, sin escuchar su voz, sin recordar el pasado que había tra
Eliana cerró la puerta de su departamento y apoyó la espalda contra la madera, sintiendo cómo la respiración se le entrecortaba. Su pecho subía y bajaba con fuerza, pero no por el cansancio… sino por la furia contenida.Ver a José Manuel después de tantos años había sido un golpe que no esperaba. Creyó que el tiempo la había fortalecido, que el éxito borraría las cicatrices del pasado. Pero ahí estaba, con el corazón latiéndole en los oídos y el alma revuelta por los recuerdos.Porque su traición todavía dolía.Se dejó caer en el sofá y cerró los ojos, permitiendo que su mente la arrastrara a ese día… el día en que todo se derrumbó.Seis años atrásLas risas resonaban en el pequeño laboratorio improvisado de la universidad. Ella y José Manuel trabajaban hasta altas horas de la madrugada, rodeados de planos, fórmulas y notas garabateadas con ideas que podían cambiarlo todo.—Esto es increíble, Eli —le había dicho él, con esa mirada llena de admiración y emoción que la hacía sentir inve
La luz del sol se filtraba a través de los ventanales de la imponente mansión de José Manuel. Todo en su hogar hablaba de éxito: los muebles de diseño, las alfombras importadas, la mesa del comedor larga y pulida con precisión. Sin embargo, dentro de aquellas paredes, el ambiente estaba lejos de ser cálido.El desayuno estaba servido con la misma perfección de siempre: jugos recién exprimidos, pan crujiente y café aromático. Pero la tensión en el aire hacía que todo supiera amargo.En el extremo de la mesa, Samuel removía su cereal con la cuchara, sin entusiasmo. Su cuerpo inquieto balanceaba las piernas bajo la silla, pero a diferencia de otros días, no hacía ruidos, no reía ni corría de un lado a otro.José Manuel lo observó con atención.Normalmente, su hijo era un torbellino de energía, un pequeño huracán que hablaba sin parar y hacía travesuras a cada instante. Pero ahora, bajo la mirada de Samantha, estaba apagado.—Samuel, come —ordenó con voz firme.El niño dejó la cuchara y l