Hubo un golpeteo suave en la puerta de Ameline horas después del almuerzo, y ella gruñó descontenta, a pesar de que ya se sentía mejor y más calmada, pero sabía que quien quiera que estuviera tras la puerta seguramente iba a perturbar su paz.
Cuando no abrió, el golpeteo se volvió más insistente.
—Ameline, soy yo. —La voz de Seth se dejó oír y ella maldijo, sintiendo todavía menos ganas de abrir la puerta.
Seth era justamente la persona a la que más quería evitar, maldita sea…
—Ameline, por favor. Necesitamos hablar.
Ella apretó los dientes, su cuerpo gritándole que lo ignorara, pero sabía que no podía esconderse para siempre. Con un suspiro, se levantó y abrió la puerta a regañadientes, dejando que Seth entrara.
Seth cruzó el umbral con su habitual aire imponente, sus ojos recorriendo la habitación antes de posarse en ella. Llevaba una camisa negra ajustada y jeans oscuros, su postura relajada pero con esa tensión subyacente que nunca parecía abandonarlo. Cerró la puerta tras de