Nataniel la miró como si acabara de caerle un rayo, sus ojos abriéndose de par en par mientras retrocedía un paso más, chocando contra la pared de la habitación.
—¿Qué rayos te pasa, Ameline? —preguntó, su voz quebrándose entre la incredulidad y el pánico, las manos levantadas como si quisiera poner una barrera invisible entre ellos.
Ameline, sin inmutarse, dejó el paquetito de Prissy en la mesa y comenzó a desabrocharse el vestido con dedos firmes, el sonido de la cremallera cortando el aire. La tela se deslizó por sus hombros, revelando la ropa interior de encaje que llevaba debajo, y Nataniel jadeó, apartando la mirada rápidamente, su rostro poniéndose rojo como un tomate.
—¿Qué demonios estás haciendo? —gritó, su voz más alta ahora, casi un chillido, mientras se cubría los ojos con una mano, el otro brazo temblando a su lado.
Ella lo miró con una mezcla de determinación y frialdad, dejando que el vestido cayera al suelo en un montón arrugado.
—Vamos, Nat, tú me dijiste que es