Esto es inconcebible.
Entonces las siento, calientes, desoladas, cayendo por mis mejillas.
Su sabor llega a mis labios cerrados fuertemente y prevalece allí, distante, acongojado.
Me aparto de Alina, que intentaba retenerme, me acerco y me arrodillo a su lado. Mi mano, titubeante, se acerca a la suya. Mis dedos se deslizan por su dorso y tiemblan por su frialdad.
Mi garganta se aprieta, mi pecho se comprime, mi nariz pica y mis ojos arden.
Nuevas lágrimas son desbordadas sin siquiera quererlo.
Me encorvo, lo agarro de los hombros y lo acomodo en mi regazo. Esta vez mis dedos se hunden en su cabello, ese rubio sucio del que tanto me burlé, y juguetean con sus mechones. Una lágrima cae en su mejilla, pálida y fría. Mi mirada se nubla cuando se detiene en sus ojos, que están abiertos y fijos en algún lado del cielo. Ese verde pasto ahora está apagado, sin brillo, sin esa vivacidad d