—¿Duele? —le inquiere preocupada mientras pasa una gasa húmeda con yodo por su mano.
—No —contesta sin hacer ninguna mueca.
Desvío la mirada y la poso en mis manos juntas; muevo los pulgares para hacer retroceder el temblor.
Me paralicé, no pude por lo menos mover los pies en un impulso no pensado para protegerla o estar a su lado. Me siento decepcionado conmigo mismo. Aunque ella me afirmó que todo estará bien, el remordimiento se agolpó en mi estómago y ahora trepa por mi garganta.
La desazón al contemplar cómo me veían, como si tuviera una enfermedad muy contagiosa, me dejó estático y congestionado con pensamientos pesimistas que no quisieron soltarme hasta que ella intervino. Solo fui al pueblo y pasé al mercado para buscar a Marcus, y sucedió eso. ¿Cómo pueden aferrarse a ese sufrimiento silencioso a cambio de