Capítulo 43. Barro, sangre y miedo

El chirrido repentino de las llantas corta el silencio de la carretera. Néstor frena de golpe, con una maniobra tan brusca que el auto derrapa ligeramente hacia el costado antes de estabilizarse junto a la cuneta. El corazón le late con fuerza en el pecho mientras se gira hacia Aria.

—¡Aria, háblame! —exclama con urgencia. Se suelta el cinturón y se acerca a ella—. ¿Qué te pasa?

Las manos de ella arden. El calor que emana de su piel es antinatural, casi insoportable al tacto. Ni siquiera ellos, que son lobos, tienen esa temperatura. Néstor le toma el rostro con cuidado y lo acerca al suyo. Ella se agita, gime, el cuerpo se le contrae en espasmos de dolor que la hacen sacudirse en el asiento.

—Respira… Aria, mírame. Dime qué te duele.

Pero ella no responde. Su frente está perlada de sudor. Sus labios, azulados. Sus dedos se aferran con desesperación al apoyabrazos del auto. Néstor abre uno de sus párpados con extrema delicadeza y retrocede, impactado. El ojo que queda a la vista es de
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