Capítulo 22.

La rubia tan solo había aguardado a que su progenitor situara un solo pie fuera de su casa y había emprendido a colocarse el fastuoso vestido, la tela de la prenda se aclimató a ella como si fuese una segunda piel, lograba resaltar sus casi imperceptibles curvas y formaba contraste con su tono de piel, tan blanco como el jade; sus pequeños y delicados pies revestidos por aquellos tacones melindrosos y minúsculos parecían ser los de una muñequilla ilusoria. Nada de maquillaje acarreaba en su rostro y se sentía libre de estar así. Inclusive, sin emplear aquellos cosméticos que parecían una tosca capa de escayola, se apreciaba más hermosa, aunque tal vez algunas máculas esculpidas estaban en su rostro, aquello era parte de su belleza natural.

Ella se colocó la cadena y observó al espejo su apariencia, regalándose una sonrisa de prosperidad, una que hace un considerable tiempo no le proporcionaba a su reflejo a

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