—Amo, a las nueve treinta tiene usted programado un juego de golf. Le prepararé el desayuno rápido para que llegue a tiempo.
Vlad seguía en la cama luego del ataque nocturno que había sufrido por parte de su sirvienta delincuente, cuyo prontuario no dejaba de crecer. Y se volvía cada vez más oscuro.
—Cancélalo, no estoy de humor.
Ella se lo quedó mirando con esa expresión de pobreza sináptica que tenía a veces.
Vlad le tendió su teléfono.
—Llámalo y cancélalo. Dile que no estoy de humor.
Ella hizo lo ordenado.
En el campo de golf, Evan golpeó la mesa.
—Ese infame. Avisarme a última hora, ya estoy acá. Ni siquiera se molesta en inventar una mejor excusa. ¿Está ahí?
—Dile que no quiero hablar con él —le dijo Vlad a Sam.
Ella volvió a obedecer. No iba a gastar energías en cuestionar al tirano.
—¿Ah, sí? Dile que se joda —reclamó Evan.
Sam miró a su jefe, tan tranquilo y sonriente viéndola hacer el trabajo sucio por él. Cubrió el micrófono del teléfono.
—Evan dice: "Que se joda,