Katya estaba negando incluso antes de que Egan hablara–. Una de las reglas principales de esta fiesta es nadie con armas blancas, mucho menos pistolas, pero eres mi mujer: no pasará nada si tú rompes las reglas. Eres mi sottocapo, Katya, si yo no estoy, todo este edificio y lo que hay dentro te pertenece. Y no volveré a dejarte vulnerable; ya me bastó con que fueras herida una vez mientras yo no estaba, no me arriesgaré a perderte una segunda vez.
Katya sentía sus manos temblar, pero las apretaba contra sus rodillas para que Egan no lo viera.
– Egan, yo no pienso disparar eso. Soy una doctora: tengo código moral y un juramento que hice cuando me gradué sobre no dañar a nadie –tragó con fuerza–. Si se arma un revuelo y todos empiezan a disparar, yo huiré. No quiero dispararle a nadie.
Egan asintió. – Estoy de acuerdo con que tu primera opción sea correr. Huir no es de cobardes, es de listos. Pero si te acorralan o no tienes otra opción, prefiero tu vida sobre la de quien sea. ¿Me ent