101. Los abrumados

En otro momento, Hadriel abrió la puerta del cuarto con prisa, buscando su tableta tecnológica para revisar algunos informes urgentes. Sin embargo, al entrar, lo que encontró lo dejó inmóvil, como si el tiempo se hubiese detenido de repente. Allí estaba Hellen, de pie, recién salida de la ducha, con solo su ropa interior cubriendo su cuerpo. Su piel aún húmeda brillaba bajo la suave luz del cuarto, y su cabello castaño, algo húmedo, caía en suaves ondas sobre sus hombros.

Por un instante, Hadriel quedó completamente embelesado. La imagen de Hellen, tan natural y desprovista de cualquier pretensión, se grabó en su retina con una intensidad que nunca había experimentado. Su corazón comenzó a latir más rápido, como si intentara compensar el repentino silencio que había caído sobre él.

En su mente, intentaba reunir la compostura, recordar que su relación con Hellen era meramente contractual, pero esa lógica parecía desvanecerse ante la visión que tenía frente a él. Cada curva de su cuerpo
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