- Será difícil escapar a una condena, por pequeña que sea -dijo seriamente uno de los abogados.
Yo seguía mirando la mesa de cristal, como si fuera lo más importante del mundo en aquella reunión.
- Alegaremos la verdad. Que no tenía intención de hacerte daño. - Estevan fue tajante.
- Cuando ponía la mano en el volante borracha, había un riesgo -dijo el otro.
- ¿De qué puto lado estás? - preguntó Satini, furiosa.
- Del lado de la princesa, Majestad -se justificó rápidamente-. - Pero aun así, tenemos que hablar con franqueza.
- Y el hecho de que el señor Durand no le haya denunciado y se niegue a acusarle, ¿ayuda en algo a mi hija?
- Sí, por supuesto, Majestad. Pero sigue sin exonerarla de culpa.
- Si mi hija es condenada, yo ocuparé su lugar -dijo Satini.
Levanté la vista y me enfrenté a ella:
- ¡No, no lo harás! Asumiré la culpa y cumpliré la condena, sea la que sea. Quiero librarme de esta mierda de una vez por todas.
- ¿Y la coronación, doctor? - preguntó mi padre.
- No cambiaremos