Enrico había estado esperando desde las cinco de la mañana a que Alessia llegara. Podía intuir dónde había pasado la noche y consideraba aquello un completo absurdo. Tomó el retrato de Francesca que estaba sobre la mesa y lloró desolado al recordar a la mujer.
—Las cosas están difíciles sin ti —dijo, limpiándose la lágrima de inmediato.
Apenas habían pasado unos días desde que ella se había ido, y él aún esperaba despertarse por las mañanas y verla preparando su café. Francesca soportó a Enrico toda la vida: sus manías, sus exigencias y la forma dura y áspera con la que trataba a sus propias hijas.
Recordaba cómo se había sentido de frustrado cuando nació Antonella. Quería que fuera un varón para enseñarle los negocios de la familia, pero en su lugar llegó ella. Cuando creció y él notó que la niña se parecía a él en algunos rasgos de personalidad, Enrico comenzó a detestarla.
Era como mirarse en un espejo y que no te gustara lo que veías. Antonella lo desafiaba y, en muchas ocasiones,