5. Ojala este hijo no fuera suyo

Grecia sintió un extraño cosquilleo en el estómago cuando salió de la consulta con hematólogo y descubrió a Emilio junto a la puerta del consultorio; tenía las manos metidas dentro de los bolsillos de su pantalón y guardaba un gesto serio, casi imperturbable.

— ¿Cómo ha ido? — preguntó en seguida, estudiándola, como si esperara encontrar la respuesta en su pequeño cuerpo…. o como si de verdad no pudiera ser capaz de apartar la vista de ella.

Esa mujer era como una hechicera, una total bruja.

— Ahora debo ir con el ginecólogo — informó con voz pausada, tímida.

— Si, pero te he preguntado cómo ha ido con el hematólogo, no tu itinerario.

La muchacha lo miró con aprensión, ¿cómo podía ser así de déspota… tirano?

— Bueno, eso queda fuera del asunto del bebé… no creo que le importe — susurró sorprendente claridad. Emilio se paralizó por un segundo tras escucharla y tensó la mandíbula, reafirmando su opinión sobre ella.

Y es que encima de que estaba intentando tener una pizca de amabilidad, resultaba atrevida y soberbia.

— Tienes razón, no me importa en lo absoluto — repuso, serio.

— Usted a mí tampoco — reaccionó con su vocecita.

Emilio la pulverizó, no supo si le molestó más lo que dijo o la indiferencia con la que lo hizo. Lo único que podía saber para ese punto era que sentía unas ganas terribles de lanzarse sobre ella y cobrárselas todas con unos buenos besos.

Apartó el pensamiento en cuanto la vio dirigirse al lado contrario de su destino.

— ¿A dónde vas? — le preguntó, alcanzándola.

— Ya se lo he dicho, debo ir con el ginecólogo.

— Bueno, eso es por aquel pasillo — señaló detrás de ella, provocando que se detuviera de súbito y se girara, ignorándolo, como si le fastidiara su presencia.

¡Pero que hija de su…!

A él también le irritaba, por si no lo sabía.

No soportaba estar cerca de ella, no soportaba su olor, su carita de yo no fui aunque haya sido mil veces, maldición, la repudiaba, quería tenerla lejos… y al mismo tiempo muy cerca.

Ella no tenía intención de volver a dirigirle la palabra, no después de cómo la había tratado, no después de saberse insultada. La había amenazado y humillado hasta lo indecible. Le había hecho sentir mariposas asesinas en el estómago.

Definitivamente, no podían compartir el mismo espacio, si quiera el mismo aire… pero entonces, ¿por qué la seguía?

— ¿Piensa entrar conmigo a la consulta o esto es una especie de acoso? — inquirió con esa vocecita que lo desestabilizaba, enfurecía.

Emilio alzó las cejas, ahora lo trataba de acosador.

— Que curioso que seas tú quien hable de acoso.

— Yo no lo he acosado.

— No, simplemente me drogaste, robaste y te metiste a mi cama — la acusó de nuevo —, supongo que eso te hace alguien mucho peor.

La muchacha se detuvo en frente de la puerta del consultorio y se dio la vuelta, encarándolo, colmada de indignación.

Emilio casi se quedó sin respiración al sentirla tan cerca de él, si hacía un mínimo movimiento, podría aprensarla y besarla hasta saciarse… ¡hasta darle una cucharada de su propia medicina!

— No voy a pasar el resto de mi vida intentando convencerle de la verdad — le dijo muy pegada a su rostro, respirando de ese aliento que casi la hizo temblar —. Usted ha tomado una decisión sobre mí, y lo entiendo, así que aplíqueme el castigo que crea necesario cuando este niño nazca… pero al menos déjeme entrar allí y escuchar el corazón su corazón en paz.

Emilio apretó los dientes, indignado, tal parecía que él era el culpable y ella la víctima. Era una total manipuladora, pero eso no se quedaría así, no señor.

— Ese hijo también podría ser mío y es tu primera ecografía, no pienso perdérmelo por nada del mundo — sentenció, mirándola con fría indiferencia.

La muchacha no dijo nada, pues tenía razón; ese hijo era tan suyo como de ella y no podía solo quitarle ese derecho.

Entraron en silencio; el doctor y una enfermera ya los esperaba con una amable bienvenida.

Los futuros padres no volvieron a dirigirse ni media palabra, si quiera a mirarse. Emilio se cruzó de brazos frente al ventanal del consultorio mientras el médico la chequeaba y hacía preguntas de rutina.

Pasaron unos minutos antes de que el italiano cediera ante aquella aniquiladora indiferencia y se girara, ansioso por volver a verla… y por saber qué diablos era tan gracioso que aquellos dos no paraban de sonreírse el uno al otro.

Dios, es que era una trepadora, no perdía tiempo con nada ni nadie.

—  Acérquese —  le pidió el doctor —, le estaba comentando a la joven que estas son las manitas y el corazón, en un segundo podremos escucharlo.

Emilio se negó en seguida desde su posición, ¿qué sentido tendría verlo si no era su hijo? Pero también podría serlo y entonces estaría perdiéndose de una de las mejores experiencias de su vida.

Se sentía demasiado dividido dentro de su propio raciocinio.

Solo se acercó un poco, pero lo suficiente como para poder escucharlo todo. La criatura tenía las medidas correspondientes para semana y podría tener un desarrollo completamente normal si seguían las indicaciones pertinentes, por lo que sintió un gran alivio.

Ella no le importaba, pero tampoco era un desalmado y le alegraba que la condición actual de la madre aun no causara daños colaterales; podrían actuar a tiempo.

La futura madre asintió a cada explicación y ajena a que el padre de su hijo la observaba como si de verdad no existiera otro mundo que no fuese ella.

Cuando llegó el momento de escuchar el corazón del feto, los padres de aquel niño se miraron directo a los ojos, presos de sus instintos, emocionados, felices.

Emilio apenas y respiró mientras escuchaba ese perfecto y hermoso sonido, y aunque en un principio no quiso ilusionarse, terminó haciéndolo, pues algo de él lo supo…

Ese niño era suyo, si, debía serlo… sino, ¿por qué su mundo entero pareció detenerse de súbito?

Estaba enloqueciendo, ya no sabía ni que pensar.

—  ¿Puedo saber el sexo del bebé, doctor? —  preguntó ella, ilusionada.

El hombre le explicó que con amabilidad que aunque era muy pronto para saberlo y ella asintió sin problema, lo única importante era que él estuviese sano y se formara con absoluta normalidad.

—  Tomen asiento, por favor —  les pidió luego de que la joven se incorporara y abrochara el pantalón.

Emilio ya no podía apartar la vista lejos de ella, si quiera con intentarlo, esa mujer tenía algo que era capaz de congelar todo su universo, y eso… eso no le gustaba para nada.

El médico suspiro en frente de ellos, acabando rápido con la grata dicha que los jóvenes padres acababan de experimentar.

—  Sé que el doctor Valente ya los puso al corriente de los resultados  —  empezó a decir y miró con gesto preocupado a la paciente —. Su peso actual es bastante alarmante.

De repente, la muchacha se sintió culpable.

Era plenamente consciente de su mala alimentación y pocos cuidados, pues su condición de vida y estrés causado de los últimos dos meses no la ayudaron demasiado.

—  Tengo entendido que el cuerpo de cada mujer en gestación reacciona diferente —   intervino Emilio, viendo que la jovencita se había quedado muda.

—  Y tiene razón, sin embargo, sus niveles están muy por debajo de los requerimientos —   expresó —, si no se actúa a tiempo, podrían existir complicaciones más adelantes.

—  ¿Qué debo hacer, doctor? —  logró preguntar, estaba dispuesta a todo con tal de que su embarazo fuese lo más saludable posible.

Comería todo lo que fuese necesario para llegar al peso adecuado, incluso si no pudiera más.

—  Deberá llevar una alimentación saludable, balanceada y alta en hierro —  recomendó, mientras los futuros padres escuchaban atentos y en silencio a cada indicación. Nada parecía importarles más que ese niño, sobre todo a Emilio, quien desvió todas las llamadas entrantes al buzón dándole igual que fuesen urgentes o no —. Le recetaré todo lo necesario y nos mantendremos en control cada semana para evaluar el progreso en conjunto con su hematólogo. No deben preocuparse, mientras mantenga una rutina saludable y sin estrés, podremos ver resultados favorables muy pronto.

« Por otro lado, sé que usted ha solicitado una prueba de paternidad, señor Arcuri, pero comprenderá que por ahora no es el mejor momento para realizarla ».

— Entiendo — respondió sin dudarlo, ahora mismo esa prueba no le interesaba tanto como el bienestar de esa bruja y el niño.

— Tan pronto sea factible, se lo haré saber, por el momento, creo que sería todo.

— Muchas gracias, doctor — estrecharon manos mientras la enfermera le indicaba como sería la ingesta de cada medicina.

— ¿Cuánto es todo esto? — le preguntó bajito y sacó un billete de baja denominación. Estaba en una de las clínicas más caras del país y si quiera lo sabía, de verdad.

La mujer sonrió con ternura y colocó una encima de la de ella.

— No se preocupe, todos los medicamentos y consultas que correspondan a la familia Arcuri no tienen ningún costo.

La muchacha abrió los ojos de pura sorpresa.

— Pero yo no soy una Arcuri — le aclaró

— Llevas a su hijo en tu vientre, ¿verdad?

— Si.

— Entonces puedes considerarte una. Ahora vete y descansa, que aquí no debes nada.

— Gracias — musitó, despidiéndose con las mejillas hechas de rojo carmesí.

« Una Arcuri », pensó, no… ella jamás podría ser una.

En cuanto salieron del consultorio, ella ni lo miró, tan solo buscó la salida y la ignoró como si él no existiera, como si jamás se hubiesen cruzado en la vida del otro.

Emilio gruñó una maldición, siguiéndola.

— ¿A dónde vas? — le preguntó, incorporándose a su lado.

— Debo tomar un tren a Cerdeña antes de que se haga tarde — explicó con voz baja, sin detenerse, sin mirarle.

Rabioso por sentirse ignorado de aquel modo, el italiano dio unas grandes zancadas y la retuvo por el brazo.

— ¿Estás loca? — le preguntó, pero aquella era más un señalamiento que cualquier otra cosa — Escuchaste las indicaciones del doctor y un viaje de al menos catorce horas podría significar un riesgo en tu estado, además, dijiste que no podías volver a Cerdeña, ¿o es que no eres capaz de acordarte de tus propias mentiras?

La joven lo miró furiosa, quería pulverizarlo, estaba harta de que la acusara de mentirosa cada que vez que tenía tiempo. Se zafó en seguida de su agarre y siguió caminando, esta vez, no solo dio con la salida, sino con un diluvio que creyó se le vendría encima.

«¡Pero qué pésima suerte!», pensó.

Se tendría que quedar allí hasta que escampara o podría pillar un resfriado. Ese hombre tenía razón, no podía correr riesgos por su hijo y ella era sensata. Buscaría un hotel económico cerca de la clínica y la luego vería que hacer.

— Sube — la voz de ese hombre ya se había convertido en algo difícil de olvidar, y es que sin verle, ya sabía que se trataba de él, era como si se le hubiese incrustado en la piel en menos de veinticuatro horas.

Un auto negro, lujoso y con chofer ya los esperaba con sus puertas abiertas.

La muchacha lo miró disgustada, no pues no sabía lo que él pretendía con todo esto.

— Puedo moverme sola, gracias — le dijo, toda orgullosa.

— A ver, Grecia, ¿tengo cara de ser paciente? — le preguntó con seriedad — Está cayendo un diluvio, tú no tienes a donde ir y yo no voy a permitir que ese niño duerma debajo de un puente hasta saber ese mío o no, así que sube al auto y no me obligues a…

— ¿A qué? — le refutó, y es que aquella mujercita, así tan inocente y dulce como se le veía, estaba forjada de agallas — ¿A usar la fuerza? ¡Hágalo! Atrévase a tocarme y voy a quitar tan fuerte que le caerá la policía en su segundo.

Emilio no lo podía creer, ¿de verdad había dicho aquello? Esa bruja no sabía con quien se estaba metiendo.

— ¿Así que la policía, he? — La miró divertido, pero por dentro estaba que estallaba de rabia — ¡Grita! Vamos, hazlo, y de una vez les explicas lo que pasó ese día. Estoy ansioso por escucharte decir la verdad de una buena jodida vez.

Grecia enmudeció sabiéndose perdida. Ese hombre tenía mucha influencia y poder, podía hacerle la vida un infierno en el momento que quisiera, ya se lo había dejado claro demasiadas veces en un día.

— Ojala y este hijo no fuera suyo — gruñó dolida, herida.

— Con los trabajitos que haces, bien podría ser de cualquiera.

La muchacha le sostuvo la mirada, colérica, no podía más con aquella humillación.

— No necesita insultarme para para demostrar lo miserable y tirano que puede ser — sus ojos marrones lo hipnotizaron por un segundo.

— No te victimices, no conmigo… no cuando se lo que estás intentando hacer.

— Yo no estoy intentando nada.

— Mira, sube al auto de una buena vez antes de que deje de ser un caballero contigo — murmuró indiferente, lleno de desespero… lleno de esas ansias locas que tenía de acallarla con un beso.

— No sé qué le ha hecho pensar que en algún momento lo ha sido.

— Quizás es porque olvido la clase de mujer que eres.

Seguir con ese juego de toma y dame ya la había superado, y aunque las lágrimas asaltaron sus ojos, no derramó ninguna… no le daría el bendito gusto.

Se subió al auto, resignada, entregándose a lo que le depararía el destino.

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