3. Pagarás por esto

Emilio la escuchó atento, en silencio, mirando como aquella pequeña y rosada boca se movía conforme todas las palabras que inventaba, mientras tanto, ella trataba de explicar todo a detalle y rogaba que fuese suficiente para que ese hombre no tomara represalias contra ella, pues todo lo que estaba diciendo no era más que la verdad.

Una verdad que les cambiaba la vida para siempre… a ambos.

Al principio, cuando esos hombres y mujer le hicieron aquella descabellada propuesta, su respuesta fue un total y definitivo «no», ¿cómo podría ser ella partícipe de algo tan horrible… e ilegal? Pero bastó una cruel y peligrosa amenaza para que una mujer joven y sin protección como ella aceptara tan macabro plan sin remedio, pues no quería que las personas a su alrededor pagaran las consecuencias, sobre todo Fabio, su hermano, quien de por sí estaba ya metido en serios problemas con el narcotráfico.

Se lo dejaron dicho y escrito, había un hombre en la barra al que debía seducir — cosa que se le daba completamente fatal; pues ella era dulce, tímida, casi mágica —, conseguir que la llevase a la habitación del hotel donde se hospedaba y entregarse a él como cual joven enamorada.

Y lo hizo, pero algo salió mal esa noche, ella no recordaba con suficiente claridad y solo supo que cumplió su cometido cuando las manchas de sangre en aquellas sábanas blancas fueron demasiado esclarecedoras.

Había entregado su primera vez a ese hombre, y lo había hecho cuando lo único que podía recordar de la noche anterior era como se arrepentía en el último momento, entonces… ¿cómo carajos fue que sucedió? No, se negaba, lloraba, no podía ser posible; se sentía asqueada, desdichada.

Se había arrinconado contra el respaldo de la cama, desnuda, temblando de pies a cabeza. El hombre a su lado seguía inconsciente, suplicó, en silencio, que al tocarlo, por favor estuviese vivo.

Sollozó, si, lo estaba… ¡estaba vivo, respiraba! Dios santo, ¿qué le habían hecho? ¿Qué le habían hecho a ella también? ¿Cómo era posible que no recordara nada?

De repente, una camarera tocó la puerta de la habitación esa mañana, era parte de todo esto, pues la dejó ir sin presunciones porque sabía que los desalmados que la habían arrastrado a esto, la vigilarían y buscarían cuando ya estuviese gestando al hijo de ese desconocido.

Vomitó ni bien había llegado a su departamento, la situación la superó; se sentía humillada, adolorida, avergonzada. Lloró todo lo que pudo, grito, pataleó, se encerró en el baño y se restregó la piel queriendo arrancársela con sus propias manos.

Las semanas pasaron y no se sintió mejor, al contrario, la rabia y la culpa la perseguían por todos lados, se sabía observada, también sabía que se trataba de ellos, pues la seguían a sol y a sombra.

Poco después, aparecieron los primeros síntomas; leves mareos que le dificultaban trabajar y nauseas matutinas. Asustada, sabía lo que eso significaba, Dios… lo sabía muy bien. Estaba embarazada, llevaba en su vientre al hijo de un hombre que si quiera sabía su nombre o de donde era.

Una noche, detrás de la puerta de uno de los cubículos de vestimenta en el bar que trabajaba, escuchó hablar de «Las sombras» y lo que hacían, a que se dedicaban.

Se llevó las manos a la boca, horrorizada, bastó atar cabos para saber que eran los mismos que la habían empujado a tan deplorable situación.

«Las sombras», como se hacían llamar, era una pequeña mafia local que venía llevando a cabo un negocio de extorsión familiar entre un padre y un hijo recién nacido. Reclutaban mujer jóvenes, atractivas y con potencial para gestar, entonces, le asignaban a un hombre para embarazarse de ellos en una noche, luego de que la criatura naciera, negociaban entregarlo a cambio de una pequeña jugosa cantidad de dinero.

Si, era una monstruosidad, incluso algo difícil de creer, no era posible que el mundo estuviese tan podrido y existiesen personas capaces de jugar con la vida de un recién nacido, pero era real, «Las sombras» existían y podía estar segura que la buscaban.

Emilio miró a la mujer en frente de él y enarcó las cejas, perplejo, sorprendido por su nivel de imaginación, de descaro… ¡cinismo!

¿De verdad lo creían tan idiota, tan imbécil como para tragarse semejante cuento?

No le creyó ni una sola palabra, ni el padre nuestro ni nada, por supuesto que no.

¿Quién en su sano juicio creería semejante historia tan macabra?

«Las sombras»

¡Qué ridiculez, por Dios!

Aquello era lo más absurdo que había escuchado jamás en su vida, lo más vi, lo más descabellado. Era un simple y tonto rompecabezas que ella misma se había inventado de camino a roma, un cuento para asustar niños, una treta, si, debía serlo… ¿cómo podía ser de otro modo?

Esa mujer no tenía vergüenza alguna, y pensar que en un momento sintió compasión por ella cuando la vio así, toda flacucha y desaliñada, tan inocente… ¡tan tierna!

— Lo que más me ofende es que de verdad pienses que te voy a creer esta patraña — el ácido de su voz la hizo alzar la mirada, él ya la esperaba, contenido, indignado por esas lágrimas de cocodrilo que de pronto inundaron sus ojos.

«Jodida embustera», gruñó en lo más profundo, ¿cómo podía seguir sosteniendo esa farsa?

Grecia se limpió la primera lágrima derramada con el dorso de su mano y negó con la cabeza, comprendiendo que de lo confesado ese hombre no le había creído ni medio palabra.

— Le he dicho que no estoy mintiendo, si regreso a Cerdeña ellos nos quitaran a nuestro hijo.

«Nuestro hijo», se encendió ante esa idea, desbordado, no podía tener un hijo con esa mujer, se negaba, rechazaba la idea, pero… ¿y si era verdad? Por supuesto, lo del hijo, porque semejante historia nadie podría creérsela.

Que poca inteligencia, hubiese preferido mil veces que admitiera lo que había hecho, quizás, así, no se sentiría tan insultado. 

— Entonces, ellos, «las sombras», esperan nueve meses a que la criatura nazca y me chantajean con una buena cantidad de dinero para entregármelo, ¿no es así? — preguntó, corroborando.

— Es justamente lo que le he dicho.

— Y encima esperas que te compadezca y te crea — negó con la cabeza, bufando de enojo.

La muchacha le clavó una mirada dolorosa, rota, y es que lo peor era que lo entendía, entendía perfectamente esa postura, pues nadie entra a la vida de alguien confesándole que espera un hijo suyo y encima contándole una historia que desde el punto de vista de cualquiera parecería descabellada, sin sentido.

Pero una parte de ella, esa que la hacía humana, esperaba que al menos protegiese a su hijo, ella no importaba, lo que pasara con su vida ya era de segundo plano, solo le interesaba que su hijo naciese a salvo y lejos, muy lejos de los planes malvados de esos delincuentes.

— Solo dime una cosa — la miró, juzgándola —, esto de cazar a un millonario y embarazarte… ¿fue idea tuya o hay alguien más detrás de todo esto?

— Ya se lo he dicho, ellos, las sombras…

— ¡Deja de mentir de una buena m*****a vez y habla con la verdad! — bramó, encolerizado, al borde, al límite.

La joven negó con la cabeza, se sentía exhausta, acabada, sin fuerzas para seguir defendiéndose. Encogió las piernas y la pegó hasta su pecho, como si de ese modo pudiera protegerse a sí misma de toda esa crueldad que la perseguía.

Emilio, preso de toda esa rabia que lo cegaba, se acercó a ella y la obligó a mirarlo tomándolo por el mentón. Ella lo hizo en seguida, asustada, amedrentada.

— Si dices la verdad, si hay alguien detrás de todo esto ayudándote, te aconsejo que hables, podrían reducirte algunos de prisión si cooperas — le dijo esta vez, más calmado, atrapado en esos ojos avellanas que lo encandilaban, que le gustaban…

«Maldita sea, de verdad, Emilio… ¿qué diablos pasa contigo?»

— No dirás nada más — pronunció con voz baja, pero claramente harto.

— Usted ha tomado una decisión sobre mí.

Emilio negó son decepción, se rendía, así, sin más, prefería mantener su mentira que redimirse a los hechos.

— Increíble — negó soberbio, sin poder creerlo… se rendía, así, sin más, prefería mantener su mentira que redimirse a los hechos, tal y como la mujer su pasado había intentado hacerlo cuando lo buscó, pero fue muy tarde, su corazón ya no la quería de vuelta —. Eres una magnifica actriz, eres una…

Tensó la mandíbula y apretó los ojos por un desesperante segundo.

— Quiero que sepas, Grecia, que hasta aquí llegó tu numerito y no verás ni un céntimo de euro por mi parte

— Quiero que sepas, Grecia, que hasta aquí llegó tu numerito y no verás ni un céntimo de euro por mi parte — le clavó una mirada endiablada —; sin embargo, te daré el maldito beneficio de la duda con respecto a ese niño, nada más, pero te haré una promesa y escúchala muy bien, porque lo que Emilio Arcuri promete, lo cumple…

«Si el hijo que llevas en tu vientre resulta ser mío, te garantizo que nacerá, será protegido y amado… en cuanto a ti, lo siento mucho, no podrás verlo jamás».

La muchacha lo miró aterrada, turbada, y no tanto por la sentencia o el dictamen de sus palabras, sino por la sola idea de tener que imaginarse alejada de su hijo, de la única razón que la mentía entera, y es que luego de lo que pasó esa noche y la forma en la que eventualmente ocurrieron los hecho, jamás podría volver a ser la misma… jamás podría volver a tener un solo motivo con el que anclarse a la vida.

— Usted no puede hacerme eso, por favor, no puede alejarme de mi hijo… — se incorporó mareada, asfixiada.

Emilio se enderezó en cuanto ella redujo el espacio que los separaba; en seguida, se abrumó, su cercanía provocaba en él cosas de las que no le gustaría admitir en voz alta.

Dios, le crispaba los nervios… ¡la existencia!

— ¿Qué no puedo? — la miró con altivez, burlándose, repasándola de cuerpo entero y maquillando las terribles ansias que esa mujercita de verdad le procuraba — Si ese hijo es mío te aseguro que crecerá como lo que es… y una mujer como tú, no consentiré que sea su madre.

— Diga lo que quiera de mí, insúlteme si eso le hace sentir mejor, pero soy la madre de ese niño y eso no podrá cambiarlo, ni usted, ni nadie.

Se echó a reír, indignado… enfurecido.

— No tienes idea de lo que puede llegar a hacer el dinero.

— El dinero no lo es todo en la vida.

— ¿Y eso lo pensabas mientras te metías en mi cama? — la silenció de tajo, y tras esa pequeña victoria, se dispuso a salir de allí de orgulloso.

— Para que sepa, yo me arrepentí en el último momento… — confesó, provocando que Emilio se detuviera de súbito en frente de la puerta.

Se giró con el pulo disparado, frenético.

— ¿Qué dices?

— Me arrepentí — esta vez, habló con más firmeza, aunque le temblaran las rodillas… el cuerpo entero —. Yo no quería acostarme con usted, y así como no recuerda lo que de verdad sucedió esa noche, yo tampoco lo hago… no sé cómo pudo pasar, en serio, pero si estoy ahora mismo en esta situación fue por qué pequé de ingenua, de tonta.

— Sorprendente,  ahora intentas eximirte de los hechos — aplaudió asombrado —. Tienes un poder de convencimiento y victimismo casi pródigo… ¿Qué intentas decir, eh? ¿que yo abusé de ti?

— No, yo no…

— Ya he tenido suficiente contigo, pagarás por esto.

Ni bien cogió el pomo de la puerta cuando escuchó un quejido, se giró en seguida, arrugando la frente al ver que ella se llevaba las manos al vientre. Emilio se alertó de inmediato y corrió hasta ella intuyendo que se desplomaría si no hacía algo para evitarlo.

Si, estaba enojado, con ella y con su mentira, pero no era un desalmado para permitir que perdiera el conocimiento o se hiciera daño en el proceso, mucho menos si el hijo en su vientre podría ser suyo.

— ¡Suélteme! — Le gruñó la joven, con lágrimas, intentando zafarse sin éxito—. No finja que le importa.

Emilio la escudriñó molesto, de hecho, hirviendo de rabia.

— Tienes razón, no me importas, en lo absoluto, pero dices llevar a mi hijo en tu vientre y no consentiré que nada malo le pase hasta corroborar que sea cierto… o en su defecto, desmentirte

 — Yo no miento — rezongó con la mirada escondida él volteó los ojos porque su vocecita rota lo seguía fastidiando.

— Eso ya lo veremos… bruja — eso último lo gruñó sin que ella pudiese escucharlo.

Entonces, la condujo hasta la cama con los dedos apretados alrededor de su cintura y la obligó a sentarse, preocupado y evidentemente molesto por haber tenido que recurrir al contacto, diablos… ¡no la soportaba… no soportaba a esa bruja descarada!

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