Katerina se queda helada ante el movimiento de Gio, no solo por la sorpresa, sino también porque no sabe qué hacer.
Él, en cambio, le saborea los labios con delicadeza, temeroso de que ella se espante. No obstante, después de un rato besando solo, rompe el contacto, confundido y con el orgullo hecho añicos.
—Lo siento... —Se lame la boca—. Me dejé llevar. —Katerina no responde—. ¿Estás bien? —Él acerca más la cara y le pincha la mejilla con un dedo—. ¿Estás pensando cómo matarme?
—No... —Lo mira con angustia—. Es que no sé... —Deja de hablar a causa de la vergüenza y le evade la mirada.
—¿No sabes qué? ¿Besar? —Gio se queda atónito cuando su silencio tímido le confirma que, en efecto, dio en el clavo—. ¿Me estás jodiendo? Eres una mujer hecha y derecha que estuvo casada por cinco años. ¿Tu esposo y tú nunca se besaron?
—No es tu asunto. —Ella lo empuja, se incorpora y oculta la mirada.
Por su parte, Gio hace una mueca de molestia, hastiado por su manera tan reservada de ser con él, y