En una oficina de lujos ruidoso y un aura maligna, con poca luz y un olor a cigarro que provoca nauseas, Giovanni mantiene una guerra de mirada con su tío Víctor, quien suelta un suspiro resignado y niega con movimientos dramáticos de cabeza.
—Todo lo que tienes es gracias a mí, porque tú solo eres un huérfano. Ni siquiera tienes parte en la herencia del señor Amato —le dice él con tono condescendiente.
Giovanni mira a su tío de mala gana y toca la mesa de forma rítmica con la yema de su dedo índice.
—Todo lo que dices que tengo es gracias al sudor de mi pene —refuta el rubio con ironía.
—Pues tu pene no habría tenido trabajo si no fuera por mí. Sé más agradecido.
—¿Agradecido? —Giovanni ríe con sarcasmo—. Yo era un muchacho; te aprovechaste de que estaba desamparado y me engañaste con una deuda que nunca existió.
—Sí existe. No sé quién te ha metido cucarachas en la cabeza, pero estás equivocado —replica su tío—. La deuda que dejó Hugo es grande y no con cualquier deudor; estamos hablando de la mafia de Cinsy, Gio.
Giovanni mira a su tío con ironía y asiente con la cabeza.
—Ummm… De todas formas, yo dejo esta m****a. Creo que he pagado hasta con creces la dichosa deuda.
—¿Crees que has terminado? No es así. —La cara de Víctor se desfigura en una expresión escalofriante, pero ese gesto ya no le provoca miedo a su sobrino.
—¿No he terminado? ¡Tengo diez años en esta m****a! ¡Diez malditos años! Yo no quiero esto y no me puedes obligar —estalla, perdiendo la paciencia.
—Tienes razón —secunda Víctor mientras pone la mano sobre la de él, acariciándole el rostro por encima de la mesa y mirándolo con una sonrisa dulce—. Mi sobrino amado, cuánta razón tienes. Siento mucho que hayas tenido que vivir esta vida de m****a, pero no es que haya muchas opciones en Cinsy. No te preocupes, yo me encargaré de cubrirte.
Víctor tomó una larga inhalación y continuó:
—Es que sabes que las deudas con la mafia se terminan cuando ellos así lo deciden. Por eso te aconsejo que vendas todo lo que tienes, tomes tus ahorros y te vayas de esta ciudad. Vive una nueva vida con otra identidad. Yo me encargaré de desaparecer a Giovanni Amato.
Los ojos de Gio brillan con una mezcla de emoción e incredulidad.
¿De verdad sería tan fácil?
Se encuentra atónito ante las palabras de su tío, pero siente alivio de que lo deje ir, al fin.
—Gracias, tío. No sabes lo feliz que me hace ser libre de esta basura de vida; de verdad, muchas gracias. —La alegría se refleja en sus ojos cristalizados, su sonrisa sincera y la euforia en sus gestos.
Con gran entusiasmo y una sensación de alivio y bienestar, Giovanni deja la oficina de Víctor y se dirige a su apartamento. De inmediato, llama a una agencia para poner todo en venta.
***
Katerina abre la tienda como de costumbre y comienza su labor. Se encarga de limpiar el local, recibir y organizar las flores, preparar los arreglos de muestra y ubicar los folletos y los caramelos en su lugar. También hace café y lo coloca en una cafetera grande, rodeada de vasos desechables; es un detalle para sus clientes y visitantes.
Cuando todo está en su sitio, cambia el cartel de cerrado a abierto.
La mañana avanza con pocos pedidos y visitas, así que aprovecha para sacar cuentas. Le preocupa un poco que la tienda haya bajado sus ventas, pero dado que tiene otro proyecto en mente, esa preocupación disminuye ligeramente, aunque no desaparece del todo.
Suspira al mirar el último informe del negocio textil que le heredó su marido y que ahora maneja su cuñado. Sabe que los números están alterados, dada su experiencia en la contabilidad de la floristería y el conocimiento adquirido en algunos cursos que tomó antes de abrir su negocio.
No obstante, no se atreve a enfrentarlo; eso sería buscarse problemas con toda esa familia y, como siempre, terminaría humillada y culpable de todo.
—Cuando ponga mi propia producción de flores, les dejaré la fábrica a ellos y así me quitaré ese dolor de cabeza de encima —dice para sí misma, como manera de animarse y lidiar con la frustración e impotencia.
Por el momento, no puede desentenderse del patrimonio que le dejó su esposo porque toda su familia depende de ese dinero. La floristería que abrió años atrás no genera lo suficiente para mantener a tantas bocas.
***
La noche ha avanzado, por lo que el señor Koch despide a sus amigos. Una mujer de servicio empieza a recoger las bandejas con los restos de comida, copas y botellas para dejar la casa impecable.
—Yo la ayudo —dice la joven con timidez. La señora la mira con desagrado, como si esta le repugnara.
—Este es mi trabajo. Usted limítese a cumplir su papel de esposa. Debería ir a bañarse para que le sea útil a su marido —le responde con desdén.
Aquellas palabras le provocan temor a la joven inexperta, al entender a qué se refiere con serle "útil" a su esposo.
Katerina mira sus zapatos como manera de manejar la ansiedad, desea tanto regresar a su casa y acurrucarse en la cama de sus padres; no obstante, se dirige a la habitación donde el señor Koch a quien encuentra leyendo un libro de finanzas.
—Katerina, debes estar aburrida. ¿Por qué no te das un baño mientras yo termino de leer?
—Como diga, señor.
—No me llames "señor". Recuerda que somos esposos. Puedes decirme Jabor.
Ella asiente sin emitir palabras. Todo lo que desea en ese momento es llorar.
Después de un baño largo, ella sale temblorosa de la ducha, con una bata de dormir larga puesta, que le cubre todo el cuerpo.
—Mi amor, ya estás lista al fin. —La mirada de ella se dirige al libro que él pone sobre la mesa de noche. Ante sus ojos, aquel libro luce interesante y le apetece tanto leer su contenido.
—Señor... —Él carraspea y esta hace pausa—. Jabor, ¿me prestaría su libro?
Él la mira con sorpresa.
—¿Quieres leer un libro de finanzas?
—Sí... —Ella se muerde los labios.
—Si lo quieres leer puedes hacerlo. Todo lo que está aquí es tuyo y no tienes que preguntarme. Pero me intrigas, las jovencitas de tu edad no suelen interesarse en las finanzas como estudio, más bien, en gastar.
Ella se sonroja de la vergüenza.
—Me gustan los negocios...
—Interesante... Pero eres una mujer y mi esposa, no tienes necesidad de aprender esas cosas. Tú solo sé obediente y gasta todo el dinero que desees, es lo único que espero de ti.
Katerina asiente con ganas de llorar. ¿De verdad así será su vida?
Ella casi da un respingo cuando este le quita la ropa y la deja desnuda ante él. Se cubre los pechos por instinto y baja el rostro, muerta de la vergüenza.
—No te cubras. Tu cuerpo me pertenece. —Le quita las manos con rudeza y la toca con lujuria. Como respuesta, Katerina aprieta los labios para no gritar. El asco que siente con la cercanía de aquel señor, quien es más viejo que su propio padre, le dan ganas de golpearlo fuerte y huir de allí.
Él la toma de la mano y le indica que se acueste con las piernas abiertas y, una vez ella le obedece, él se quita la ropa.
Ver aquel cuerpo sin forma, lleno de pelos y con arrugas, le provoca más náuseas a la joven, quien debe disimular su desagrado cuando este se le sube encima de forma asfixiante.
—Te dolerá un poco, pero no será así siempre —le advierte antes de entrar en ella, quien grita al sentir un dolor cortante e insoportable.
—Por favor, pare, me duele —solloza ella desconsolada, pero él continúa embistiendo y disfrutando la estrechez de la chica.
—Aguanta un poco más, ya estoy terminando.
Ella aprieta los ojos y los puños, y se imagina en un campo lleno de flores, como manera de escape al infierno que vive, debajo del cuerpo de quien ahora se llama su esposo.
Katerina se despierta espantada y con sudores fríos en todo el cuerpo. Los latidos de su corazón son muy intensos, como si gritaran alerta. Ella se lleva la mano al pecho e inhala y exhala para calmarse, pues siente que se asfixia.
Temerosa, mira a su alrededor en busca del peligro. Suspira de alivio cuando se ve sola allí y cae en cuenta de que solo había soñado con su pasado.
—Cierto, hace tiempo dejé de vivir ese infierno —dice para sí y se vuelve a recostar, rogando al cielo no volver a soñar con su difunto esposo, quien fue su verdugo por cinco largos años.