Mundo ficciónIniciar sesiónMabel
Desperté antes de que sonara la alarma, no suelo hacerlo, de hecho, vivo pegada al botón de cinco minutos más, hasta que se hace una hora más tarde, ese es mi único defecto; Soy impuntual, pero hoy sucedió algo distinto, sentí la necesidad de levantarme antes de la hora correspondiente.
Es el trabajo que espere en toda mi carrera, este nuevo proyecto marcará un antes y un después en mi vida, lo sé.
Han sido años de trabajo duro, inicie como todos con proyectos pequeños, donde siempre regalaba mi trabajo para darme a conocer como diseñadora de interiores.
El sueño de ser la mejor está casi por concretarse. ¡Qué nervios! Me observo al espejo y me veo deslumbrante, mi celular timbra y es él; Papá.
—Estoy bien, eso ya lo sabes.
Envíe el mensaje, intenté no pensar en él, hoy no. Mi mayor deseo es sentirme normal, una diseñadora más con un trabajo importante, una mujer con sueños y talento.
No la hija del hombre más temido de Europa.
—Bueno, Mabel —me dije a mí misma. —Es hora de impresionar a tu misterioso cliente.
Lo de “misterioso” no es exageración. El asistente con el que hablé fue amable pero parco, no quiso darme muchos detalles del dueño de la villa, solo dijo:
«El señor prefiere mantener su privacidad, espera algo impecable.»
Tomé mi carpeta, el contrato impreso y la tableta donde tenía los primeros bocetos, debía manejar por tres horas a la villa, estaba fuera del alcance de la ciudad, eso hacía este proyecto interesante y ambicioso para mí.
El trayecto hacia la villa fue tranquilo, aunque cuanto más avanzaba, más alejadas quedaban las mansiones habituales de mis clientes. Esta zona era más aislada, más exclusiva, boscosa y silenciosa.
Un silencio que hacía que el corazón se me acelerara sin razón, no era mi primer trabajo, pero si el que duraría más tiempo.
Una hilera de arboles grandes e imponentes fijaban la via hasta que un gran porton negro apareció entre los árboles, mis dedos temblaron levemente cuando presioné el intercomunicador.
—Buenos días, soy la diseñadora de interiores Mabel Vitale —dije segura de mi misma. —Tengo una reunión programada para las nueve.
Hubo un breve silencio, después, la puerta se abrió lentamente dejándome pasar. Mientras conducía por el largo camino rodeado de cipreses, tragué saliva.
—Respira, Mabel, respira… —Mi reputación está en juego.
Llegué frente a la entrada principal. La villa era enorme: hecho marmol, ventanales altos, un estilo sobrio y masculino que gritaba riqueza, aspiré hondo, bajé del auto y avancé hacia la puerta, la cual se abrió de inmediato
Un hombre elegante de traje negro, me hizo una reverencia ligera.
—Señorita Vitale. Bienvenida, el señor de la casa la espera.
—Gracias muy amable. —dije con una sonrisa educada.
—Sígame por favor, soy Vicenzo el asistente del señor, me vuelvo a presentar, aunque ya nos conociamos.
Hice lo propio camine detrás de Vincenzo, el interior era todavía más impresionante. Mármol y arte contemporáneo; una mezcla perfecta de lujo, este lugar era un castillo antiguo de grandes columnas, es asombroso y pocas cosas suelen impresionarme.
El asistente se detuvo frente a una puerta doble.
—El señor está adentro. Puede pasar.
Mis dedos se cerraron con fuerza alrededor de mi carpeta, me tragué el miedo, ajusté mi postura, empujé la puerta y ahí estaba él, mi nuevo jefe.
De espaldas al ventanal, alto, de hombros anchos, vestido de negro como si el traje hubiera sido moldeado en su cuerpo. Su presencia llenaba toda la habitación, la luz proyectaba su sombra contra el piso como la de un rey.
—Señorita Vitale —dijo sin darse vuelta. —Bienvenida, la estaba esperando.
Me quedé anclada al piso al escuchar su voz varonil, intensa y ronca.
—Señor, desconozco su nombre o apellido. —Dije humedeciendo mis labios.
Cuando se giro y enfoco sus ojos negros en mí, senti que me derretiria, su barba estaba definida, no era abundante, estaba perfectamente cortada.
—Mi nombre no es relevante por ahora —respondió finalmente, y su tono fue tan firme que parecía una orden. Caminó hacia mí con pasos seguros, es imponente y lo demuestra con su andar. —Lo que sí importa, es lo que espero de usted.
—Estoy aquí para trabajar, señor, lo mínimo es saber con quién —Me está irritando tanto misterio y una corazonada me dice que me aleje, pero al mismo tiempo no quiero fallar —¿Y qué espera exactamente de mí, señor? —pregunté y comencé a apuntar.
—Perfección, eso espero señorita Mabel. Tuve el placer de ver su portafolio, tiene talento, pero este proyecto no requiere solo talento, requiere precisión, instinto y una absoluta disposición a seguir mis instrucciones.
Al escribir esto alce la mirada.
—Si en algún momento siente que esto es demasiado —añadió con un tono que contradijo por completo sus palabras. —Puede marcharse, detesto la mediocridad, por lo tanto es mejor que se vaya por su cuenta a que yo la eche, no le agradara pasar por esa experiencia.
—Puedo manejar cualquier proyecto. —Dije segura, me molesta su mordacidad.
Sus ojos brillaron con ¿Interés? ¿Diversión? ¿Control? No lo sé.
—Perfecto, comencemos entonces.
Extendió la mano hacia mí, esperando que se la estrechara. Pero cuando mis dedos tocaron los suyos, la mínima fricción bastó para que una corriente densa y poderosa, subiera por mi brazo y me recorriera entera. Me quedé inmóvil, él también lo sintió; su mirada se volvió más oscura.
—Sígame, le mostraré parte de la villa. —Caminamos por los largos pasillos —Este es el vestíbulo principal, quiero un diseño que mantenga la esencia de la arquitectura, pero que transmita autoridad, nada excesivo, ni pretencioso.
Asentí, tomando notas en mi tableta.
—Entendido.
Se detuvo de inmediato, obligándome a frenar de golpe.
—No quiero que entienda —corrigió —Quiero precisión.
Mi respiración se detuvo por un segundo.
—La precisión es parte de mi trabajo, señor —respondí intentando que no saliera el mal carácter de mi apellido.
—No es solo trabajo —añadió en voz baja. —En esta villa no hay espacio para errores, Mabel, no tolero fallos, improvisaciones y mucho menos decepciones.
Su mirada descendió a mis labios por un instante antes de volver a mis ojos. Tragué saliva con dificultad.
—¿Está claro?
—Sí, señor, me queda claro. —respondí de inmediato.
—Bien.
Continuamos caminando, pasamos por un pasillo con ventanales que daban al bosque.
—Este será su primer espacio de trabajo —anunció al entrar en una sala enorme con techos altos. —Quiero reformar completamente el lugar, la estancia es antigua, pero debe sentirse viva, elegante e intimidante como yo.
No sabía si lo último lo dijo a propósito o no, pero el efecto fue el mismo: un estremecimiento recorrió mi espalda. ¿Qué me pasa?
—Tendrá acceso a todo lo que necesite, debe mostrarme la lista de sus colaboradores con un máximo de diez personas. —continuó. —Puede tardarse el tiempo que necesite, un año de ser necesario, pero mantendré supervisión constante.
Me giré hacia él, confundida.
—¿Supervisión?
—No delego mi tranquilidad —respondió sin parpadear. —Y este proyecto es importante, aquí pasaré el resto de mi vida. He tenido diseñadores antes, pero han sido demasiado confiados, frágiles o sencillamente incompetentes. Usted no puede permitirse ser ninguna de las tres cosas.
Lo había dejado hablar suficiente.
—Señor sin nombre ni apellido, soy profesional, la mejor del país y me atrevo a decir que de este continente, quiere precisión y perfección la tendra, debe confiar en el proceso.
—Confío en los resultados —dijo finalmente. —No en las promesas, pero confío en que sabrá devolverle a esta casa la voz que exige.
Su asistente Vincenzo apareció en el umbral, traía una carpeta con varios papeles y una pluma de oro, dejó esto sobre la mesa. —Antes de que comencemos —añadió —necesito que firme este acuerdo de confidencialidad, quiero cronogramas claros; quiero tener tres o cuatro reuniones semanales.
Asentí cuando me entrego la pluma sin perder contacto visual. Mi mano tembló solo un segundo al tomar la pluma, respiré hondo y dejé que mi firma marcará la hoja.
—Perfecto —murmuró él. —Veo que no teme el compromiso.
Me invita a caminar nuevamente.
—Hay áreas que requieren máxima discreción. El ala este, no es solo una reforma estética; es mi santuario personal y si algo sale mal no solo perdería su trabajo. —Trague grueso ¿Será mafioso como papá? Sentí ganas de vomitar, eso sería lo último que me podría pasar. —Aquí solo podrá ingresar usted.
Abrió la puerta y me invitó a pasar cuando lo hice, cerró la puerta detrás de mí y por un instante pensé que entraría a una biblioteca, una galería, un verdadero santuario, pero no.
Mis ojos tardaron un segundo en adaptarse, no era un santuario, sino un altar al control.
Un cuarto de cristal que dejaba ver una colección perfectamente organizada de objetos que no hubiera imaginado jamás en una villa tan elegante.
Cuerdas de seda, barras de metal pulido, fustas, arneses de cuero negro, collares, esposas acolchadas y superficies diseñadas para sostener un cuerpo, inclinarlo, exponerlo.
Trague grueso, mis piernas se debilitaron y mis mejillas ardieron, no es un lugar grotesco, ni vulgar, él no habló de inmediato, se limitó a observarme a mí y cómo observaba yo el lugar.
Tragué saliva con dificultad, una cortina ascendió y me dejo ver el bosque, la habitación tiene una gran vista.
—Pocos lo han visto… —Me sostuvo la mirada. —Y ahora usted está dentro, Mabel.







