—Con mi madre... eran pocos los momentos que realmente disfrutamos juntos —continuó Javier, su voz ahora teñida de una suave nostalgia—. Pero pintar... pintar juntos era lo mejor. Ella cantaba mientras dibujamos, inventábamos historias sobre los personajes que creamos, jugábamos mucho. Y a veces... a veces me contaba cosas del pasado.
—¿Qué cosas del pasado te contaba? —pregunté con angustia, inclinándome hacia él, sintiendo una punzada de aprehensión. Las menciones del pasado siempre parecían estar ligadas a los secretos que ahora comenzábamos a desenterrar. ¿Habría alguna conexión con mi propia historia, con la de Esmeralda?
—Hablábamos mucho mientras jugábamos, sí —recordó Javier, con un tono pensativo—. Pero cuando entraba mi abuelo... o cuando estábamos en la mesa con él, todo cambiaba. Mi madre se ponía muy nerviosa, tensa. Y si mi padre estaba presente... la mesa se convertía en un lugar de silencio absoluto, cargado de malas miradas y una tensión que se podía cortar con un cuc